domingo, mayo 30, 2010

MARILIN MONROE FUE MIA


MARILIN MONROE FUE MIA


-Dudé en contar esto, pero con Marilin, fuimos uno y fuego, y explosión infinita, y lava derramada de volcán, penetrando dentro de otro volcán más profundo. Mi natural modestia, me refrenaba mis ansias de expresar tanta gloria, tanto privilegio de los dioses, a los elegidos como yo.
Nunca me molestó demasiado que se hubiera revolcado en mil camas, para subir al falsario cielo de oropeles de Hollywood. Tampoco que tuviera la locura de diez cabras esquizofrénicas juntas. Su neurosis fue mil veces más grande que su seducción infinita. Me fue indiferente que se volviera más loca aún, por los hombres con poder, en busca del padre que tuvo apenas en el segundo de la eyaculación en su madre, y durante una mínima, escueta, absurda, infernal charla desde una cabina telefónica, donde él le negó el maldito mínimo gesto de afecto, que era conocerse cara a cara, padre a hija, hija a padre, creador a lo creado... Lo de los Kennedy, nunca me importó, su si yo hubiera sido de su sexo, creo que también hubiera caído deslumbrada ante hombres que eran atractivos, y poderosos, uno de ellos, casi la cima del mundo, si los dueños del gran dinero, no hubieran estado más alto aun. Nunca me afectó lo espantosos que son los filmes de la máquina castrada de hacer chorizos pacatos, donde actuó durante el maccartismo. Sí, me encantó que actuara mucho mejor que Lawrence Olivier, en El Príncipe y la corista. Lo que tuvo con Marlon Brando, al contrario, me agrandó el ego. Qué quizá el mas grande actor de cine, con todo el atractivo sexual que tenía sobre las mujeres, hubieran sido un poquito amante de ella, es para andar contándolo, habiendo yo logrado lo mismo que él. Y lo mío fue desde el llano de la falta de fama, de no tener afiches con mi nombre y mi rostro, con mi petisés, ante el metro ochenta de él.
La amé y me amó, y eso quedó solo entre nosotros dos. Me amó por lo que soy, no por lo que representaba, fue por mi sexualidad desbordante, por mi inteligencia, por mi virilidad digna de Alejandro Magno –aunque era conquistador pero griego, quizá era viril con los viriles, y para atrás, nunca se sabe, bueh’, cambiemos de tema-. Me adoró por mi sentido del humor, por mi cultura enciclopédica, por mi sabiduría digna de un Buda,
por mis infartantes dotes entrepierniles, y porque sabía que la iba a dejar, cuando yo dejara de amarla, y por eso ella luchó hasta la muerte por retenerme. Porque se suicidó, por mí, no la mataron como dicen los envidiosos que conocen nuestra historia.
Bueno, no quiero llevarlo mucho más allá, porque van a pensar que estoy diciendo esto de puro vanidoso. Pero en este sueño que tuve anoche, todo esto parecía tan verdad, que me agarré de la teoría de que los sueños son la realidad, y lo que denominamos vigilia, apenas una ensoñación gelatinosa, turbia, que se arrastra en el océano de la enajenación. Y hoy me siento casi como Dios.
Ténganme envidia, pequeños mortales – todo esto nos dijo mi primo Alberto, a mí y a mi primo Osvaldo ayer, en el restaurante Pipo, luego de comer fideos a la napolitana, y regados con siete botellas de un Cabernet Sauvignon, que parecía traído del cielo, que le ablandó la lengua y le endureció la vanidad. Y yo se los cuento a ustedes, porque me parece interesante, ver que un perdedor tiene un triunfo, aunque sea soñando, quizá, apenas sólo neuronas que intercambian neurotransmisores y señales eléctricas entre sinapsis, eso gigantesco y mínimo, que se materializa durmiendo.
Y los dejo, porque me voy a dormir… Quiero ver si sueño con Kim Bassingger…
Amén y amen, pero no se metan con mi Kim.

lunes, mayo 24, 2010

ELEGÍA A SAN ONÁN BENDITO


ELEGÍA A SAN ONÁN BENDITO



Existen muchos santos dignos de adoración, entre otros, como San Cayetano, al que se le pide trabajo, o San Antonio, al que se le pide novio, pero ellos tienen una falla… No siempre otorgan los dones que les ruegan sus fieles fieles, valga la redundancia. Pero para mí, pese a mi agnosticismo confeso, existe uno que los supera a todos y perdón por mi tal vez sacrilegio infiel, por mi apostasía y quizá blasfemia, pero como San Onán Bendito, no hay otro igual. Como a Buda, tiene mil nombres y como Buda, nadie suele nombrarlo, aunque todos son sus acólitos reverenciantes. A él no se le pide nada, sólo se lo recuerda, sin siquiera nombrarlo, y siempre acompañado por una imagen, para sus fieles, adorada al infinito, que es a quién o quienes les dedicamos nuestro homenaje, por lo general personas muy agraciadas y deseables en lo erótico, del sexo contrario, cuando no del mismo del orante… Hay de todo en la viña del Señor, y todos tienen derecho de hacer de su c… un pito.
Orarle a San Onán Bendito, es por empezar, un rito y un grito de privilegio, de independencia, de libertad, de manumisión, de autonomía. Es un glorioso canto a la vida, al amor, al placer, al erotismo, a la sensualidad sana, e incluso a la sensualidad desenfrenada. Como también puede ser un síntoma de castidad absoluta. De ahí que también es muy adorado en los conventos, incluidos en todos los de otras religiones. Y ese homenaje al bendecido y muy reverenciado San Onán Bendito, salva a tantas almas inquietas, pero de ánimo cortito, de las iniquidades que producen la timidez, la mal considerada fealdad, la indiferencia de algunos seres, que emulando a Narciso, sólo se aman a si mismos, y no bajan sus ojos, a quienes creen seres inferiores, por no poseer sus supuestos dotes de belleza, armonía, gallardía y galanura.
Es, no como muchos creen, tan solo el santo de los solitarios… No sólo es quien da una mano, y qué mano, como ningún otro la da, a quien pena de amor, sin que nadie le otorgue las mieles de su compañía… San Onán Bendito, también puede ser el que sea admirado por quien desea pasar algo así como un replay y repetir un instante maravilloso, apenas muy reciente, porque por el momento no puede rescatarlo, o al menos, en toda la intensidad del hecho anterior. Esto es muy común incluso entre damas amantes esposas de caballeros agotados por el duro trajinar de la vida, y que por ello, apenas y no siempre responden al número uno, y con dificultad al número dos, y ni hablemos del tres o subsiguientes. Somos gente grandes, y todos saben a qué me estoy refiriendo ¿Qué hubiera sido de Robinsón Cruzoe, sino le oraba a nuestro bienamado San Onán Bendito? Se hubiera suicidado a los tres meses, en esa isla espantosa de soledad e infernal. La literatura y sus creyentes, hubieran perdido un personaje único, inolvidable y paradigmático. Daniel Defoe no se abstiene de referirnos esos pasajes, que están en una versión guardada en la biblioteca secreta del Vaticano. Esto es debido a sus popes que permitieron que la juventud gozara ese recordado libro, pero con las típicas censuras bíblicas. Ellos no quieren hacer de San Onán Bendito, santo de la Santa Iglesia Romana, por algunas contradicciones de esos pasajes, con el antiguo y nuevo testamento.
Remedando a Jesús, diríamos que quien no le ha rendido culto a San Onán Bendito, que arroje la primera piedra, con su mano más hábil.
Amén y amen.

miércoles, mayo 19, 2010

EL CASO DEL DESFILADERO DE COULTER



EL DIBUJO DE ARRIBA , ES ESO, SOLO HUMOR. Y EL CUENTO DE AMBROCE BIERCE, ES SOBRE LA MIERDA QUE ES LA GUERRA,DIJE "MIERDA", TAN SOLO COMO UN EUFEMISMO...

EL CASO DEL DESFILADERO DE COULTER
POR AMBROCE BIERCE

-¿Cree usted, coronel, que a su valiente Coulter le agradaría emplazar uno de sus cañones aquí? -preguntó el general.

No parecía que pudiera hablar en serio: aquél, verdaderamente, no parecía un lugar donde a ningún artillero, por valiente que fuera, le gustase colocar un cañón. El coronel pensó que posiblemente su jefe de división quería darle a entender, en tono de broma, que en una reciente conversación entre ellos se había exaltado demasiado el valor del capitán Coulter.

-Mi general -replicó, con entusiasmo-, a Coulter le gustaría emplazar un cañón en cualquier parte desde la que alcanzara a esa gente -con un gesto de la mano señaló en dirección al enemigo.

-Es el único lugar posible -afirmó el general.

Hablaba en serio, entonces.

El lugar era una depresión, una «mella» en la cumbre escarpada de una colina. Era un paso por el que ascendía una ruta de peaje, que alcanzaba el punto más alto de su trayecto serpenteando a través de un bosque ralo y luego hacía un descenso similar, aunque menos abrupto, en dirección al enemigo. En una extensión de kilómetro y medio a la derecha y kilómetro y medio a la izquierda, la cadena de montañas, aunque ocupada por la infantería federal, asentada justo detrás de la escarpada cumbre como mantenida por la sola presión atmosférica, era inaccesible a la artillería. El único lugar utilizable era el fondo del desfiladero, apenas lo bastante ancho para establecer el camino. Del lado de los confederados, ese punto estaba dominado por dos baterías apostadas sobre una elevación un poco más baja, al otro lado de un arroyo, a medio kilómetro de distancia. Lo árboles de una granja disimulaban todos los cañones excepto uno que, como con descaro, estaba emplazado en un claro, justo enfrente de una construcción bastante destacada: la casa de un plantador. El cañón, sin embargo, estaba bastante protegido en su exposición porque la infantería federal había recibido la orden de no tirar. El desfiladero de Coulter, como se le llamó después, no era un lugar, en aquella agradable tarde de verano, donde a nadie le «agradara emplazar un cañón».

Tres o cuatro caballos muertos yacían en el camino, tres o cuatro hombres muertos estaban ordenadamente colocados en hilera a uno de los lados, un poco hacia atrás, en la pendiente de la colina. Todos menos uno eran soldados de caballería de la vanguardia federal. Uno era Furriel. El general que comandaba la división y el coronel en jefe de la brigada, seguidos de su estado mayor y de su escolta, habían cabalgado hasta el fondo del desfiladero para examinar la batería enemiga, que se había disimulado inmediatamente tras unas altas nubes de humo. Resultaba inútil curiosear sobre unos cañones que se enmascaraban como las sepias, y el examen había sido breve. Cuando terminó, a poca distancia del sitio donde había comenzado, se produjo la conversación que hemos relatado parcialmente. «Es el único lugar -repitió el general con aire pensativo- desde donde llegar a ellos.»

El coronel le miró con gravedad.

-Sólo hay espacio para un cañón, mi general. Uno contra doce.

-Es verdad... para uno solo cada vez -dijo el comandante de la división esbozando algo parecido a una sonrisa-. Pero, entonces, su bravo Coulter... tiene una batería en él mismo.

Su tono irónico no dejaba lugar a dudas. Al coronel le irritó, pero no supo qué decir. El espíritu de subordinación militar no promueve la réplica, ni siquiera la tácita desaprobación.

En aquel momento, un joven oficial de artillería ascendía lentamente a caballo por el camino, escoltado por su clarín. Era el capitán Coulter. No debía de tener más de veintitrés años. De mediana estatura, muy esbelto y flexible, montaba su caballo con algo del aire de un civil. En su rostro había algo singularmente distinto a los de los hombres que le rodeaban; era delgado, tenía la nariz grande y los ojos grises, un ligero bigote rubio y un largo, bastante desordenado cabello, también rubio. Su uniforme mostraba señales de descuido: la visera del gastado kepis estaba ligeramente ladeada; la chaqueta, sólo abotonada a la altura del cinturón, dejaba ver en buena medida una camisa blanca, bastante limpia para aquella etapa de la campaña. Pero aquella indolencia sólo afectaba a su atuendo y a su porte: la expresión de sus ojos grises demostraba un profundo interés hacia cuanto le rodeaba: escrutaban como faros el paisaje a derecha e izquierda; después se detenían mucho rato en el cielo que se veía sobre el desfiladero: hasta llegar al punto más alto del camino, no había nada más que ver en aquella dirección. Al pasar frente a sus jefes de división y de brigada por el lado del camino los saludó mecánicamente y se dispuso a proseguir. El coronel le indicó por señas que se detuviera.

-Capitán Coulter -dijo-, el enemigo ha situado doce piezas de artillería en la colina contigua. Si comprendo bien al general, le ordena a usted que emplace un cañón aquí e inicie el combate.

Hubo un inexpresivo silencio. El general miró, impasible, a un regimiento distante que ascendía apretadamente y muy despacio por la colina, a través de la densa maleza, en espiral, como una deshilvanada nube de humo azul. Pareció que el capitán Coulter no había observado al general. Después habló, lentamente y con aparente esfuerzo:

-¿En la próxima colina, dice usted, mi coronel? ¿Están los cañones cerca de la casa?

-¡Ah, ya ha recorrido usted este camino antes! Sí, justo ante la casa.

-¿Y es... necesario... abrir fuego? ¿La orden es formal?

Hablaba con voz ronca y entrecortada. Había palidecido visiblemente. El coronel estaba sorprendido y mortificado. Lanzó una mirada de reojo al general. Ningún indicio en aquel rostro inmóvil, tan duro como el bronce. Un momento después, el general se alejaba cabalgando, seguido de los miembros de su estado mayor y de su escolta. El coronel, humillado e indignado, se disponía a ordenar que arrestaran al capitán Coulter cuando éste pronunció en voz baja unas pocas palabras dirigidas a su clarín, saludó y se dirigió cabalgando en línea recta hacia el desfiladero. Cuando llegó a la cima del camino, con los gemelos ante los ojos, se mostró recortado contra el cielo, y él y su caballo dibujaron una nítida figura ecuestre. El clarín había bajado la pendiente a toda carrera y desapareció detrás de un bosque. Entonces, se oyó sonar su clarín entre los cedros y, en increíblemente poco tiempo, un cañón seguido de un furgón de municiones, cada cual tirado por seis caballos y manejado por su equipo completo de artilleros, apareció traqueteando y arrasando la cuesta en medio de un torbellino de polvo. Luego, fue empujado a mano hasta la cumbre fatal, entre los caballos, que quedaron muertos. El capitán hizo un ademán con el brazo, los hombres que cargaban el cañón se movieron con asombrosa agilidad y, casi antes de que las tropas que seguían el camino hubieran dejado de escuchar el ruido de las ruedas, una enorme nube blanca se abatió sobre la colina con un ensordecedor estruendo: el combate del desfiladero de Coulter había empezado.

No se pretende aquí relatar con detalle los episodios y las vicisitudes de este horrible combate, un combate sin incidentes y con las únicas alternancias de diferentes grados de desesperación. Casi en el momento en que el cañón del capitán Coulter lanzaba su nube de humo como un desafío, doce nubes se elevaron en respuesta por entre los árboles que rodeaban la casa de la plantación, y el rugido profundo de una detonación múltiple resonó como un eco roto. Desde ese momento hasta el final, los cañones federales lucharon su batalla sin esperanza, en una atmósfera de hierro candente cuyos pensamientos eran relámpagos y cuyas hazañas eran la muerte.

Como no deseaba ver los esfuerzos que no podía apoyar, ni la carnicería que no podía impedir, el coronel había escalado la cumbre hasta un punto situado a cuatrocientos metros a la izquierda, desde donde el desfiladero, invisible pero impulsando sucesivas masas de humo, semejaba el cráter de un volcán en tronante erupción. Observó los cañones enemigos con sus prismáticos, constatando hasta donde podía los efectos del fuego de Coulter -si Coulter vivía todavía para dirigirlo. Vio que los artilleros federales, ignorando las piezas del enemigo cuya posición sólo podían determinar por el humo, consagraban toda su atención al que continuaba emplazado en el terreno abierto: el césped de delante de la casa. Alrededor y por encima de este duro cañón explotaron los obuses a intervalos de pocos segundos. Algunos hicieron explosión en la casa, como se pudo ver por unas delgadas columnas de humo que subían por las brechas del techo. Se veían claramente formas de hombres y caballos postrados en el suelo.

-Si nuestros hombres están haciendo tan buen trabajo con un solo cañón -dijo el coronel a un ayudante de campo que estaba cerca- deben estar sufriendo como el demonio el fuego de doce. Baje y presente a quien dirija ese cañón mis felicitaciones por la eficacia de su fuego.

Se volvió a su ayudante mayor y agregó:

-¿Observó usted la maldita resistencia de Coulter a obedecer órdenes?

-Sí, mi coronel.

-Bueno, no hable de esto con nadie, por favor. No creo que el general se preocupe de formular acusaciones. Tendrá sin duda bastante qué hacer para explicar su papel en este modo tan poco usual de divertir a la retaguardia de un enemigo en retirada.

Un joven oficial se aproximó desde la parte de abajo, escalando sin aliento la pendiente. Casi antes de saludar, exclamó, jadeando:

-Mi coronel, me envía el coronel Harmon para informarle que los cañones del enemigo se hallan al alcance de nuestros fusiles y casi todos son visibles desde numerosos puntos de la colina.

El jefe de brigada le miró sin demostrar el menor interés.

-Lo sé -respondió, tranquilamente.

El joven ayudante estaba visiblemente azorado.

-El coronel Harmon quisiera autorización para silenciar esos cañones.

-Yo también -replicó el coronel con en el tono de antes-. Salude de mi parte al coronel Harmon y dígale que todavía rigen las órdenes del general para que la infantería no abra fuego.

El ayudante saludó y se retiró. El coronel hundió los talones en tierra y dio media vuelta para continuar mirando los cañones del enemigo.

-Coronel -dijo el ayudante mayor-, no sé si debería decir nada, pero hay algo extraño en todo esto. ¿Sabía usted que el capitán Coulter es del Sur?

-No. ¿Lo era, de verdad?

-Oí que el verano pasado, la división que el general comandaba entonces se encontraba en las cercanías de la plantación de Coulter; acampó allí durante unas semanas y...

-¡Escuche! -le interrumpió el coronel levantando la mano-. ¿Oye usted eso?

Eso era el silencio del cañón federal. El estado mayor, los asistentes, las líneas de infantería situadas detrás de la cumbre, todos habían «oído» y miraban con curiosidad en la dirección del cráter, de donde no ascendía ya humo sino sólo algunas nubes esporádicas procedentes de los obuses enemigos. Entonces llegó el toque de un clarín y el ruido débil de unas ruedas. Un minuto más tarde, las agudas detonaciones comenzaron con redoblada actividad. El cañón destruido había sido reemplazado por otro, intacto.

-Sí -dijo el ayudante mayor, continuando su historia-, el general conoció a la familia Coulter. Hubo problemas, ignoro de qué naturaleza... Algo que concernía a la esposa de Coulter. Es una rabiosa secesionista, corno casi todos en la familia, excepto Coulter, pero es una buena esposa y una dama muy educada. En el cuartel general del ejército se recibió una queja. El general fue transferido a esta división. Resulta extraño que después de eso la batería de Coulter haya sido asignada a ella.

El coronel se había levantado de la roca donde estaba sentado. Sus ojos llameaban de generosa indignación.

-Dígame, Morrison -dijo, mirando a su chismoso oficial del estado mayor directamente a la cara-, ¿le contó esa historia un caballero o un embustero?

-No quiero revelar cómo me llegó, mi coronel, a, menos que sea preciso -enrojeció ligeramente-, pero apuesto mi vida a que es verdad.

El coronel se giró hacia un corrillo de oficiales que estaba a cierta distancia.

-¡Teniente Williams! -gritó.

Uno de los oficiales se apartó del grupo y, adelantándose, saludó y dijo:

-Discúlpeme, mi coronel, creía que estaba usted informado. Williams ha muerto abajo, al pie del cañón. ¿En qué puedo servirle, señor?

El teniente Williams era el edecán que había tenido el placer de transmitir al oficial que comandaba la batería las felicitaciones de su jefe de brigada.

-Vaya -dijo el coronel- y ordene la retirada de esa pieza inmediatamente. No... Iré yo mismo.

Bajó a todo correr la cuesta que conducía a la parte de atrás del desfiladero, franqueando rocas y malezas, seguido de su pequeña escolta, entre un tumultuoso desorden. Cuando llegaron al pie de la cuesta, montaron Sus caballos, que los esperaban, enfilaron a trote rápido por el camino; doblaron un recodo y desembocaron en el desfiladero. ¡El espectáculo que encontraron allí era espeluznante!

En aquel desfiladero, apenas suficientemente ancho para un solo cañón, habían amontonado los restos de por lo menos cuatro piezas. Si habían percibido el silencio de sólo el último inutilizado, era porque habían faltado hombres para sustituirlo rápidamente por otro. Los desechos se esparcían a ambos lados del camino; los hombres habían logrado mantener un espacio libre en el medio en el que la quinta pieza estaba ahora haciendo fuego. ¿Los hombres? ¡Parecían demonios del infierno! Todos sin gorra, todos desnudos hasta la cintura, su piel, humeante, negra de manchas de pólvora y salpicada de gotas de sangre. Todos trabajaban como dementes, manejando el ariete y los cartuchos, las palancas y el gancho de disparo. A cada golpe de retroceso, apoyaban contra las ruedas sus hombros tumefactos y sus manos ensangrentadas, y encajaban de nuevo el pesado cañón en su lugar. No había órdenes. En aquel enloquecido revuelo de alaridos y explosiones de obuses; entre el silbido agudo de las esquirlas de hierro y de las astillas que volaban por todas partes, no se hubiera oído ninguna orden. Los oficiales, si es que quedaban oficiales, no se distinguían de los soldados. Todos trabajaban juntos, cada uno, mientras aguantaba, dirigido por miradas. Cuando el cañón era escobillado, se cargaba; cuando estaba cargado, se apuntaba y se tiraba. El coronel vio algo que no había visto jamás en toda su carrera militar, algo horrible y misterioso: ¡el cañón sangraba por la boca! En un momento en que faltaba agua, el artillero que esponjaba la pieza había empapado la esponja en un charco de sangre de uno de sus camaradas. No había ningún conflicto en todo aquel trabajo. El deber del instante era obvio. Cuando un hombre caía, otro, muy poco más limpio, parecía surgir de la tierra en lugar del muerto, para caer a su vez.

Con los cañones deshechos yacían también los hombres deshechos, al lado de los restos, por encima y por debajo. Y, retrocediendo por el camino, ¡una horripilante procesión! se arrastraban con las manos y las rodillas los heridos capaces de moverse. El coronel, que compasivamente había enviado a su escolta hacia la derecha, hubo de pasar con su caballo por encima de los que estaban definitivamente muertos para no aplastar a aquellos que todavía conservaban un resto de vida. Mantuvo su camino con tranquilidad en medio de aquel infierno, se acercó al lado del cañón y, en la oscuridad de la última descarga, golpeó en la mejilla al hombre que sostenía el ariete, que se derrumbó creyendo que había muerto. Un demonio siete veces condenado brotó de entre el humo para ocupar su puesto, pero se detuvo y fijó en el oficial a caballo una mirada no terrenal; los dientes le brillaban entre los labios negros; los ojos, salvajes y desorbitados, ardían como brasas bajo las cejas ensangrentadas. El coronel hizo un ademán autoritario señalándole la parte de atrás. El demonio se inclinó, en señal de obediencia. Era el capitán Coulter.

Simultáneamente a la señal de alto del coronel, el silencio cayó sobre todo el campo de batalla. La procesión de proyectiles dejó de correr en aquel desfile de muerte porque el enemigo también había dejado de tirar. Su ejército había desaparecido desde hacía horas; el comandante de la retaguardia, que había mantenido arriesgadamente su posición con la esperanza de silenciar el cañón federal, también había hecho callar sus piezas en aquel extraño minuto.

-No era consciente del alcance de mi autoridad -dijo el coronel sin dirigirse a nadie, mientras cabalgaba hacia la cima de la colina para averiguar qué había ocurrido.

Una hora más tarde, su brigada hacía vivac en el campo enemigo, y los soldados examinaban con respeto casi religioso, como fieles ante las reliquias de un santo, los cuerpos de una veintena de caballos despatarrados y los restos de tres cañones inservibles. Los caídos habían sido retirados; sus cuerpos desmembrados y desgarrados hubieran satisfecho demasiado al enemigo.

Naturalmente, el coronel se alojó con su familia militar en la casa de la plantación. Aunque bastante derruida, era mejor que un campamento al aire libre. Los rnuebles estaban muy desarreglados y rotos. Las paredes y los techos habían cedido en algunas partes y un olor a pólvora lo impregnaba todo. Las camas, los armarios para la ropa femenina y las alacenas no estaban rnuy dañados. Los nuevos inquilinos de una noche se instalaron como en su casa, y la virtual aniquilación de la batería de Coulter les brindó un animado tema de conversación.

Durante la cena, un asistente que pertenecía a la escolta apareció en el comedor y pidió permiso para hablar con el coronel.

-¿Qué ocurre, Barbour? -preguntó el coronel amablemente, habiendo escuchado sus palabras.

-Mi coronel, en el sótano pasa algo raro. No sé qué... creo que hay alguien allí. Yo había bajado a registrar.

-Bajaré a ver -dijo un oficial del estado mayor, levantándose.

-Yo también -repuso el coronel-. Que los demás se queden. Guíenos, asistente.

Tomaron un candelero de la mesa y bajaron las escaleras del sótano. El asistente temblaba visiblemente. El candelero iluminaba débilmente, pero en seguida, mientras avanzaban, su estrecho círculo de luz reveló una forma humana sentada en el suelo contra la pared de piedra negra que ellos habían venido siguiendo. Tenía las rodillas en alto y la cabeza echada hacia atrás. El rostro, que hubiera debido verse de perfil, permanecía invisible porque el hombre estaba tan inclinado hacia delante que su largo cabello lo ocultaba. Y, de un modo extraño, su barba, de un color mucho más oscuro, caía en una gran masa enredada y se desplegaba sobre el suelo a su lado. Se detuvieron involuntariamente. Después, el coronel, tomando el candelero de la temblorosa mano del asistente, se aproximó al hombre y le examinó con atención. La barba negra era la cabellera de una mujer muerta. La mujer muerta apretaba entre sus brazos a un bebé muerto. Y el hombre estrechaba a los dos entre sus brazos, los apretaba contra su pecho, contra sus labios. En el cabello del hombre había sangre. A medio metro, cerca de una depresión irregular de la tierra fresca que formaba el suelo del sótano -una excavación reciente, con un pedazo convexo de hierro y los bordes arqueados visibles en uno de los lados-, se veía el pie de un niño. El coronel alzó el candelero lo más alto que pudo. El piso del cuarto de arriba se había agujereado y las astillas de madera colgaban apuntando en todas direcciones.

-Esta casamata no es a prueba de bombas -dijo el coronel gravemente. No se le ocurrió que su resumen del asunto guardaba cierta frivolidad.

Permanecieron un momento al lado del grupo sin decir una palabra: el oficial del estado mayor pensaba en su cena interrumpida; el asistente, en lo que podía contener un tonel que había en el otro rincón del sótano. De pronto, el hombre que habían creído muerto levantó la cabeza y los miró tranquilamente a la cara. Tenía la piel negra como el carbón; sus mejillas parecían tatuadas desde los ojos por irregulares líneas blancas. Los labios también eran blancos, como los de un negro de teatro. Tenía sangre en la frente.

El oficial del estado mayor retrocedió un paso y el asistente, dos.

-¿Qué hace usted aquí, amigo? -preguntó el coronel, inmutable.

-Esta casa me pertenece, señor -fue la réplica, deliberadamente cortés.

-¿Le pertenece? ¡Ah, entiendo! ¿Y éstos?

-Mi mujer y mi hija. Soy el capitán Coulter.

lunes, mayo 17, 2010

¿EXISTE EL ALMA?


LA FOTO DE ARRIBA, ES UNA DE LAS TANTAS IMÁGINES DE UN DIOS QUE VI, PERO NUNCA LO VI EN PREESENCIA... ESTO ME HACE DUDAR DEL ALMA...

¿EL ALMA EXISTE...?

Tengo la respuesta para todo, de puro muy inteligente que soy… Si me preguntan algo muy controvertido, digo
–Mmmm… de esto no estoy muy seguro... ¿Usted que opina? –y le dejo la pelota al otro, que la juegue como quiera.
Tengo una pregunta que nos atormenta a todos, inclusos a los agnósticos como yo. Bueno, hoy les voy a tirar la pelota a ustedes. ¿Existe el alma? Millones de personas en millones de distintas creencias, quieren, dije “quieren” creer que sí, que existe… Desde los egipcios para aquí, en toda la antigüedad histórica de antes y la actualidad actual de ahora, todas las religiones nos atribuyen un alma… Todas nos indican que si seguimos las estrictas leyes de los sumos sacerdotes, en otro lugar vamos a estar de rechupete, como dicen los españoles… Hasta donde sé, los que vienen primero en el podio, son los musulmanes que mueren con valentía en combate, con 70 huríes eternamente vírgenes, con labios de miel para cada héroe. Mucho mejor que estar cerca de Dios y poder verlo, de los cristianos… Bastante aburrido como programa, para toda la eternidad de siempre… Y muchísimo mejor de los que eran sacrificados todos los días por los aztecas, para que todos los días saliera el Sol.
Hubo tantas religiones o variantes de religiones, como sociedades humanas. Es que quizá el único Dios, para que no lo acusen de monopolio, distribuyó las religiones con dioses testaferros. Y en todas sus sacerdotes, sin discusión, hablaban de vivir mejor en el otro mundo. Y eso es fácil, porque a este, le gana cualquiera… Aunque ellos viven de rechupete... Yo, hasta ahora, nunca vi un alma… Apenas algunos fantasmas en el cine y los dibujos animados…
Los espiritistas y muchos otros, dicen que hablan con las ánimas… yo ni siquiera un mensajito de texto en el celular tuve jamás de los jamases, de ellas. Si alguien vio un espíritu, que por favor me diga como es, como puedo hacer para charlar algo con él, para que me diga si en verdad hay infiernos o paraísos. Me interesa para saber si sigue haciendo falta que me porte más o menos bien, porque me gustaría hacer todo lo que mi instinto desea, y quiero saber cual religión me conviene adoptar, para pasarla mejor, porque morir en combate como musulmán, no me cierra… desconfío y mucho… Y en verdad, muchas veces me porto más o menos bien, porque soy un cagón… Arrugo por miedo a tener alma y ser castigado. Otra de mis dudas, es que si los animales no tienen alma, el homo sapiens, que desciende de los chimpancés, en algún momento sus antecesores fueron seres inferiores, sin ánima, puro animal… Lucy, la famosa chimpancé que hace 8 millones de años, comenzó a caminar en dos pies, ya fue simio, ¿tenía al menos un rudimento de alma? Si no fue ella la precursora, ¿cuál de los homínidos debutó con un almita en pena? Digo almita en pena, porque en esa época la vida era más dura y corta que ahora, en promedio, claro –ver Irak, favelas, África negra, India, etc. -. ¿O quien poseyó ya alma fue el primer homínido, el austrolopithecus? ¿Habrá ya ganado los galones de ir al cielo? Los neardental, que convivieron con nosotros, los homo sapiens –así les fue, desaparecieron–. ¿integrarán los que eran buenos, las huestes de los cielos? Porque si no lo fueron, todas sus ceremonias mortuorias, fueron al pedo. Enterrar de determinado modo a sus muertos queridos, para que llegaran al premio celestial, no tuvo sentido. Que ilusión sería si de golpe, por ejemplo les reconocen pos morten, un almita, al menos pequeña, como para entrar aunque más no sea, en los sótanos de los cielos… Otra de mis tremendas dudas, mejor dicho ignorancias brutas, es eso de la reencarnación… Porque si desde Adán y Eva, hubo reencarnación, también la hubo para Caín… ¿Estará reencarnado en algún otro asesino de sus hermanos?... Sería para cuidarse de tu hermano, que por lo general, parecen Caín y Abel…
Al principio no había mucha gente, apenas los hijos y demás descendientes de la pareja primigenia, ¿de donde sacaban almas viejas para reencarnar, si ellos eran los pioneros? En eso de que son muchos, mil millones los hindúes lo tiene bien resuelto, se reencarnan en ratas, en monos, en cualquier porquería, y ellos contentos, total están reencarnados… Pero creo que no sirve para un carajo, lo de la reencarnación, porque si no sabes que estás reencarnado, ni te das cuenta de ese privilegio. Además suponiendo que me reencarno, y lo sé, y me toca ser mujer como Márgaret Tatcher, me suicidio en cuanto me doy cuenta… Y aunque me toque ser como Kim Basingger, siempre algo en mi alma de macho, me va a quedar, si sé que estoy reencarnado, y eso de que los hombres me gusten y me enamore, y me posean, paso. Salvo que después me guste, pero al menos ahora, paso…
Otra circunstancia común que observé, que todos los que se dicen reencarnados, y puede ser cierto, jamás eran antes, camionero, asesino serial, carnicero, prostituta, farmacéutica o mucama… Todos fueron funcionarios en la corte de Enrique octavo, o princesas en la corte de Fernando séptimo. Gente de suerte.
Bueno, a ver los bochos que leen esta porquería escrita entre gallos y medianoche, son las 0322 horas, si me desemburran… Lo agradeceré con toda el alma, si es que la tengo.
Ah, una cosa que me martiriza, es que si los perros no llegan a tener alma… Los amo tanto, al menos a todos los que tuve… Nadie te recibe como tu perro, y por si fuera poco, no te cuestiona, ni te traiciona… Lástima que si hay cielo e infierno, no voy estar con ellos, que yo me ganaría el averno, y ellos el Edén. Que alguien me diga que tienen alma, aunque sea una mentira piadosa… no quiero que se pierdan los paraísos, si es que existen...
Por favor, díganme como es la cosa…

miércoles, mayo 12, 2010

FILOSOFÍA EN BURBUJAS, PARA QUE SE VUELVA SABIO



FILOSOFÍA EN BURBUJAS, PARA QUE SE VUELVA SABIO

Cupido, el Dios del amor, es un niño travieso, que sólo sabe arrojar flechas de dos clases, las de oro, con las que provoca el amor, y las de plomo con las cuales siembra el odio. Y por supuesto, viéndolo como vive, desnudo y sin trabajo, se cae de maduro que flechas de oro tiene pocas y de plomo montañas, para beneplácito de los abogados especialistas en divorcios.
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Si tenés ganas de hacer un pecado gordo, hacelo con todo... no olvides que medio pecado, es también un pecado; por cualquiera de los dos vas a ir al infierno... al menos date el gusto de poder decir ”lo hice con todo”.
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Mentiras que los peces grandes siempre se comen a los chicos. Las pirañas se unen y se comen a cualquier pez por más que sea muy grande. Saque usted de esto la moraleja que quiera.
----------------------------------------------------------------------------------¿Nunca se preguntó por qué hubo y hay en la Tierra tantas religiones, y todas dicen ser la única verdadera? ¿Será que Dios, el único y verdadero, para evitar acusaciones por monopolio, adoptó diversificar el mercado?
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Antiguamente, cuando una mujer soltera quedaba embarazada, se decía señalándola con el dedo y con gran escándalo que “ tenido un desliz y había pecado” y la criatura pasaba a ser llamada “bastardo”. Hoy se dice que “hizo el amor y se olvidó o le falló la protección”. Y el fruto de eso, tiene simplemente nombre y apellido. Haz recorrido un largo camino, muchacha, por suerte.
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Aprenda a distinguir un humorista de calidad, de uno espantoso. Estos son los que terminan sus frases con palabras como siete, u ocho, para meter o insinuar luego una rima remanida y refácil.
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Nunca discuta, querer tener razón sólo sirve para que lo crean loco y
hacerse odiar. Y no me lo discuta, porque se lo discuto a muerte.
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Nada más uniforme que un militar, no sólo todos usan uniforme, sino que tienen una sola forma... son cuadrados.
----------------------------------------------------------------------------------El El poeta Walt Witman dijo “Hombre soy y en mi caben multitudes”, frase que luego parafrasearon los travestis. Ellos dicen “Hombre soy y en mi penetran multitudes”.
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Cuando una mujer ama a un hombre cree y desea y desea amarlo para siempre. Cuando un hombre ama a una mujer, cree y desea que ella lo amará para siempre.
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Si todos los hombres fueran iguales a Víctor, el monstruo creado por el doctor Frankenstein, ¡qué felices seriamos los que nos parecemos a él! Y las mujeres, al no tener con quién comparar, nos amarían mucho más.
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El problema que deben tener los peces, cuando quieren levantarse a una pecesita, para sacarse el olor a pescado que tienen. El negocio del siglo: venderles jabón desodorante.
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Si todos los hombres del mundo, en vez de competir y reñir, se agarraran de las manos para siempre, ¡qué aburridas estarían las pobres mujeres!
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Cuento de ciencia ficción: -Había una vez un ministro de economía, que no se fue al infierno”.
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Hay dos clases de amores, los apasionados y eternos y los de verdad.
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Las mujeres aman para siempre al hombre del que se enamoran, todas las veces y de todos.
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Hay un mandamiento que es injusto por imposible de cumplir. El de “no desearás la mujer del prójimo”. Usted puede oler el aroma de un sabroso costillar asándose y puede decidir no comerlo. Pero no puede impedir que se le haga agua la boca.
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Un moralista es alguien que lo guía y le dice como usted debe actuar frente a las situaciones morales, como por ejemplo, el tener o no sexo fuera del matrimonio. Pero que jamás le va a pagar lo que le va a costar de psicoanalista, él haberse privado de haberlo tenido.

ESPERO QUE YA SEA UN FILÓSOFO COMO SÓCRATES, DE LO CONTRARIO, USTED ES UNA BESTIA...

viernes, mayo 07, 2010

BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA ARGENTINA Y DE OTROS PAÍSES DE AMÉRICA


EL DIBUJO DE ARRIBA, MUESTRA COMO ESTÁN LAS COSAS, UNO ES EL MINISTRO DE ECONOMÍA ARGENTINO, EL OTRO ES MÁS FAMOSO... POR DESGRACIA...

BICENTENERIO DE LA INDEPENDENCIA POLÍTICA ARGENTINA...

Bicentenario… palabra rara, se usa poco… cada 200 años…vamos a cumplir en Argentina, mi Argentina amada, 200 años de “libertad”… se fueron los españoles, con mucha sangre derramada, de ellos, soldados profesionales de una potencia colonialista de la época, y de los nuestros, criollos, patriotas algunos, obligados y reclutados otros, esclavos de raza africana, otros más, a los que se les prometió la libertad, si iban a la guerra al mando de varios tipos que se la jugaron, como Güemes, Belgrano, San Martín… por supuesto, quedaron muchos en el camino, por eso en Argentina no hay gente de su raza.
De San Martín, nunca entendí muy bien que era, ni que quiso… pero me pareció un tipo con muchos huevos, que con una salud deplorable, cruzó los Andes casi en camilla, con dolores terribles de su úlcera, y creo que con asma, que es espantoso, y no con un caballo blanco, como nos hicieron creer en la escuela. Jamás un general iría en caballos blancos, porque sería un blanco perfecto para el enemigo…
No entendí bien eso de querer nombrar a un virrey indígena peruano, como idea, tal vez de hacer una América unida, lo que ahora buscamos en el MERCOSUR y el UNASUR, que sería maravilloso, como lo es la comunidad europea, que se fortaleció, pese a todos los problemas… También fue magnífico no usar su espada contra los argentinos, en una lucha que siguió desangrando sangre de gente humilde, a favor de los malditos dueños del poder. Y murió pobre, que lo enaltece demasiado… Y me gustó lo de Rosas, que enfrentó a los ingleses, pese a todo lo que se diga de él, que no puedo asegurar nada, porque la historia la escriben a su gusto los ganadores… y no creo nada de nada, en la historia de Grosso y la de Mitre.
Otro que puso cojones en serio, pese a su voz aflautada, que le valió burlas imbéciles, Belgrano, que se jugó la vida, y apenas la historia oficial lo nombra, quizá más por su derrota de Ayohuna que por su estratégico, maravilloso, sacrificado y valiente éxodo jujeño…
No soy historiador, ni nada que se parezca, aunque leí algunas cosas de San Martín, de distintas fuentes, y de disímiles intenciones políticas, y que como se sabe, la política es una ramita del árbol enorme y poderoso, que es el capital, el poder verdadero… La enorme mayoría de los políticos, son solo gerentecillos de estos, como por ejemplo, del grupo Bilderberg, que se reúnen cada año, todos los 150 más o menos dueños del mundo capitalista, y demasiadas personas lo ignoran… pongan en Internet Bilderberg, y sabrán mucho de este abominable grupo de poder, donde uno de sus representantes es el infame Kissinger, otro patético premio Nobel de la Paz, el creador del Plan Cóndor, que sometió a América latina toda, a nosotros también… Recordar todos los desgobiernos de facto militares que tuvimos… También recordar a los Bush… o al FMI…
Vuelvo al Bicentenario… Se fueron los españoles y los ingleses, dominaron el comercio en mi Argentina, sobornando a políticos corruptos, y seguimos siendo una republiqueta bananera, donde le vendíamos la carne sin valor agregado, por abajo del precio real, y nos la devolvían envasada en latas de conservas, caras. Se llevaron el oro de las minas, si pagar un peso, desfoliaron Santiago del Estero de sus valiosos quebrachos, sin plantar uno solo, dejando a una provincia boscosa, hecha casi un desierto… Nos crearon una red ferroviaria “maravillosa”, que converge aún solo en el puerto de Buenos aires, impidiendo el progreso de las provincias, que debían comerciar de modo único con el poder hegemónico porteño, por supuesto, manejado en esa época, por los “amados” ingleses y sus cipayos.
Vuelvo al Bicentenario… demasiada sangre corrió en Argentina en 200 años, incluida la ambición de los caudillos, la Tripe Alianza, la imbecilidad de la Malvinas, los 30.000 desaparecidos, y niños apropiados de madres desaparecidas…
Aún no tengo claro si tenemos 200 años de libertad, o solo 200 años de no usar la bandera del Rey de España, usando una celeste y blanca, impuesta por los unitarios, cuando la verdadera es azul y blanca. Reitero, algo muy obvio, la historia la escriben y fuerzan sus hechos, los que ganaron con las armas, la astucia y su poder económico.
Roca conquistó las tierras que eran de los indígenas, al sur del Río Negro, los aniquiló y esclavizó, y las repartió entre otro Martínez de Hoz, que fue descendiente uno de los 79 congresales, entre 225, que voto en contra de liberarnos de los españoles en el Cabildo de 1810, al que le dio 2.500.000 hectáreas. Oh… casualidad… el actual Martínez de Hoz, adalid de la asonada militar de la última dictadura, siguió los “gloriosos” pasos de su antecesor…
Vuelvo al Bicentenario… ahora, crisol de razas, que no nos une, nos separó siempre… Somos de verdad todos argentinos cuando la selección juega un Mundial de fútbol… apena un mes, cada 4 años, si nos va bien… Parecemos una colcha de retazos, incluido en la política, donde partidos minúsculos, y los grandes, se dividen casi en un hombre cada partido… Así nos va… el cipayismo y la estupidez infinita, sumada a la ambición desmedida, siempre primó.
Resumo… de modo eterno, desde el comienzo de la historia, los pueblos guerreros poderosos, se comieron al pez chico, ver egipcios, griegos, romanos, ingleses, que aun tienen colonias, como Canadá o Australia entre otras, Europa toda, ahora USA, y la misma Rusia… pregunto… ¿tenemos 200 años de libertad, o tendremos que seguir luchando, como lo hicieron San Martín y Belgrano, para lograrla…?
Sigo creyendo que es mejor que vivir de rodillas, luchar, aunque sea por el placer de ser rebelde, aunque sin sangre, por favor, que todas las libertades del mundo y sus riquezas, no valen la sangre del ser que más amas…
Cilencio... triste y esperanzado, medio ingenuote idealista...

miércoles, mayo 05, 2010

MUJERES CACHONDAS, MIS PREFERIDAS



LA FOTO DE ARRIBA, ME PARECE MARAVILLOSA,Y ES CLARO VER, COMO ELLA, ESTÁ MUCHO MÁS FELIZ QUE ÉL.

MUJERES CACHONDAS, MIS PREFERIDAS

Las mujeres creen que somos unos calentones, que somos pensamos en eso. Pero lo lamento, y me voy a hacer odiar por el género que tanto amo, desde que aprendí a amarlas, comenzando por las tres primeras novias que tuve, y con las cuales jamás llegué a nada serio. Bueno, debo reconocer, que de puro histérico, nunca intenté llegar a fondo. Tuve una novia que se llamaba Fany, judía ella, era rubia como el sol del verano, delgada como un mimbre, ingenua, más alta y de más edad que yo. Luego otra que era bellísima, de bucles en tirabuzón, negros como el tiempo que no volverá, y de tez blanca, como su pureza de alma, y un rostro perfecto, como nunca lo tuvo otra novia mía. Pasando por la primera mujer a la que le prometí casamiento, y a ella no se lo cumplí.
Fany tenía tres años, yo dos y medio,
De la otra, no recuerdo el nombre, pero éramos muy jóvenes, fue en primer grado inferior, seis años cada uno, y la muy tonta, nunca se enteró de que era mi novia, porque nunca se lo dije, claro. Histérica, como todas las mujeres muy jóvenes. Y la tercera a la que no le cumplí mi promesa de casamiento, Victorina, mi mamá… se lo aseguré a los cinco años, y después la vida me llevó por caminos llenos de vericuetos, por ríos plagados de meandros, y en la juventud se olvida todo demasiado fácil, ante el deslumbramiento de sucesos y emociones nuevos, como jugar todo el día a la pelota, leer todos los libros que me cayeron en las manos, que estaban en mi casa y eran muchos y en la librería de mis tíos, Muchadaâ hnos., en Rivadavia y Boedo, en mi amada Buenos Aires, y todas las historietas que me dejaba leer Manolo, el diariero de la esquina de Albariño y Rivadavia, frente a la plaza Ejército de los Andes, en un mundo mítico, que se llamaba Villa Luro, que ya no existe, donde después conocí a mi compañera de tranvía, Betty -a esa si le cumplí lo de casarnos -y donde se crió también Alejandro, mi hijo.
Vuelvo al tema, ustedes viven diciendo que somos unos sexópatas, y con esa fama, para disimular, tratamos de acostarnos con todas. Y si lo conseguimos y formamos pareja, adiós, ya no hace falta demostrar más nada, y entonces ustedes son las que quieren guerra todo el tiempo, y nosotros ver fútbol por el cable. Sepan señoras y señoritas, que el Príncipe de la Cenicienta, cuando se casaron, fueron felices, porque el tipo no trabajaba, el que reinaba era el padre, y él se la pasaba panza arriba, en la cama, y la que se le tiraba encima era ella. El tipo nunca pagó un pagaré, ni se quedó sin trabajo, porque no tuvo nunca ninguno, era príncipe, y para colmo de cuento de hadas. En la vida ustedes tienen un tema sólo, el amor, la pareja, hasta que les vienen los hijos, y entonces les empieza el “hoy no querido, me duele la cabeza”. Pero además quien quiere tener un coito, con un señor que no se bañó, ni se afeitó, que está estresado por la economía, y porque ve mujeres increíbles por la calle y ni una es de él. Y el pobre infeliz está casado con una pobre mujer que lo aguanta a él, porque ya invirtió demasiado esfuerzo y tiempo en estar juntos, y con dos hijos, embocar a otro, que valga la pena, va a ser más difícil que ganar la lotería. Pero eso sí, algunas compran Cosmopólitan, donde en cada número les dan 10 notas sobre como enloquecer a los hombres, todas sin fundamento, pero como ustedes no son hombres, las creen, y siguen buscando guerra. Pero esas son quizá todas solteras o separadas. Pongo un ejemplo y me voy a trabajar. Ya lo dije y todos los saben. El clítoris tiene como diez veces más terminaciones nerviosas que el hermano mellizo, el pene, son contar el punto G, que nadie está muy seguro de que exista, pero con solo creer ustedes que lo tienen, estallas como fuegos artificiales. Y ustedes cuando besan cierran los ojos, porque son pólvora, nosotros no.
Chau, las quiero, pero se los dije y se los repito… Somos menos cachondos que ustedes.
Pasa que si no demostramos lo contrario, tememos que nos crean maricas…
Un beso en Cilencio a las mujeres cachondas.

domingo, mayo 02, 2010

LAS MAL LLAMADAS MALAS PALABRAS, CARAJO, MIERDA...


LA RUTA QUE LOS PARTIÓ... LÉA BIEN... NO DIJE NADA MALO... CARAJO... Y MIRE EN EL MATABUUROS, QUE QUIERE DECIR CARAJO.
La remil... Que te recontra... Andate a la... Sos un hijo de... Aún no dije ninguna de las llamadas, malas palabras, pero para mucho, soy un degenerado, boca sucia, deslenguado... e hijo de... del demonio, candidato seguro al infierno. Y aquí voy a disentir con muchos. Las mal llamadas "malas palabras", no son tales. No existen. Sólo existen malas intenciones. La intención de causarle a quién van dirigidas, un daño psíquíco.
Y se lo pruebo con un simple ejemplo. ¿Es popó una mala palabra? Es un sinónimo infantiloide de lo que otros pueden decir "caca" o un médico formal, diría "materia o bolo fecal", o un mal llamado maleducado, "mierda". ¿Y acaso no dije todas las veces lo mismo? ¿No me refería a la misma sustancia? Sé que por decir todo esto, alguien me va a decir, por decir todo esto que me vaya a la " m..."
Y si yo a esta persona, no maleducada, sinó malintencionada, yo le contestara "Andate a la popó", no entendería nada, o comprendería, que por esta reacción, soy un infantil. Y sí le dijera "Andate vos, sorete", esto podría producir un caos de trompadas, patadas, partes policiales y juntas médicas. ¿Y todo esto por qué? Porque usamos mal el idioma. No comprendemos lo que decimos, hablamos como se dice vulgarmente, "por boca de loro".
Otro ejemplo. La palabra ligero, indica una condición muy deseable, para casi todo lo que se mueve en el mundo. Hay señores, como corredores de autos, jugadores de fútbol, pianistas, o simplemente trabajadores, que son muy apreciados por tener la muy cotizada gracia de la velocidad. Pero si le decimos a una dama que es "Una mujer ligera", ella entenderá que la estamos insultando, insinuando que es una "mujer de la noche". Como si la, noche no fuera tan alabada por los poetas y los enamorados. Y como si las señoritas "ligeras", no trabajaran también de día o de tarde. Hay palabras como "porongo". que si buscamos en el diccionario nos indica que es un término quechua, y significa calabacero, planta; vasija hecha de la cáscara de] fruto y para tomar mate... Y en Chile se le dice a un sujeto muy pequeño y despreciable. Nada más. Y sin embargo estoy ya oyendo a todos los que me van a insultar y criticar por haberme animado a decir tan terrible "mala palabra".
Claro, en Argentina es también sinónimo del miembro viril de la raza humana. Objeto este, catalogado que sus sinónimos, salvo "pene", y en ciertos contextos no aptos para los oídos de los niños, como "mala palabra", pero al mismo tiempo muy apreciado por sus dueños, que quieren tener uno grande y activo, y por quienes son beneficiarios de esas cualidades, que son muy apreciadas tanto en el género femenino, como en el mundo gay. ¿Es entonces porongo buena o mala palabra?
Sigo prediciendo terribles anatemas contra mi humilde persona, y contra mi buen nombre y honor, y no sólo mío, sino de mi familia, especialmente sobre mi progenitora. Y habrá quienes digan que soy hijo de madre soltera, situación considera muy indeseable y humillante. Por el contrario, nadie le dice al otro, con intenciones aviesas, que es hijo de padre soltero. A fin de cuentas, viene a ser igual; pero nadie dice eso. Es más, a nadie se le ocurre aplicarlo como insulto.
Y pongámonos de acuerdo, que una mala palabra dicha a alguien, es sinónimo de insulto, y que un insulto para que sea de verdad insulto, deber ser con "malas palabras". Y de las 11amadas gordas. Y las pobres y vituperadas malas palabras, son causantes de mejorar nuestro léxico, al obligarnos a que aprendamos a usar el diccionario. ¿Cuáles son las primeras palabras que cualquier niño o niña buscó en el diccionario? Las mal llamadas "malas palabras". Las tan vituperas palabrejas, también son causa de numerosos
beneficios a una humanidad muy pobre en su vocabulario. Por ejemplo con sólo decir "boludo", podemos sintetizar todo lo que sentimos por un señor, sin tener que aprender a hablar para decir cosas como "eres una persona que en tus decisiones, no sueles tener concentración mental, algo apresurada, flojo de manos, indeciso y lento en tu accionar". ¿Se imagina decirle todo esto a un compañero de fútbol, en medio de una jugada, para que nuestro coequiper corrija su acción y concrete lo deseamos que realice? Los partido durarían años, o quedarían paralizados en el primer desencuentro de opiniones tácticas. Y aquí no caben sinónimos como "tonto" o el muy antiguo "pelandrún". Les falta la contundencia, que da la prosapia adquirida, al ser catalogada como "mala palabra".
Las mal llamadas "malas pabras" cumplen una función social, al permitir que cualquier persona que disponga de los pocos pesos que vale una entrada al fútbol, pueda desahogar sus frustraciones de toda la semana, dedicándoselo mejor de su repertorio al árbitro, "ese gran ladrón hijo de una gran...", perdón, casi se me escapa, es que no puedo olvidar a Castrilli, cuando nos hizo perder contra Ríver.
Dicen quienes saben, que sólo se dicen "malas palabras", cuando queremos insultar, en nuestro idioma natal. Esto es una ventaja para las condenadas al vulgo, o a los intelectuales que se animan a decirlas públicamente, o a salir a la luz, solo en la intimidad, o peor, caer en el ostracismo, de existir sólo en los pensamientos sobre el prójimo, "ese remedo del infierno, gran hijo de una gran...", como diría Borges, nunca las olvidamos.
Triste destino el de las "malas palabras". Igual a los genios incomprendidos, deben vivir escondiéndose, o lo peor, a salir sólo cuando las personas se odian, se matan o juegan al fútbol.
Y si aún le queda una duda, de que mis palabras son sabias, piense, sin ir más lejos, cuantos sinónimos tiene usted en su cabeza para los órganos sexuales masculinos y femeninos, sin llegar a consultar un buen diccionario de sinónimos. Y todos los sinónimos pobrecitos, están condenados al infierno cuando se usan como sinónimos de términos como pene o vulva. Y estos dos privilegiadas, jamás serán consideradas en esta vilipendiada categoría de pasaportes al infierno. Es más, le darán a sus usuarios categoría de persona culta, refinada, intelectual y delicada. Y ellas, las palabritas que menciono, son las hermanas afortunadas, hijas todas de la misma madre y padre de las otras, las procaces. Algo así como la versión de "el hombre y la bestia" del vocabulario.
Y ahora entre nosotros ... ¿No se va a sentir, luego de oir lo que dije, un poco tonto, cuando se reprima por decir una mala palabra? ¿0 un poquitín castrado? Vamos no sea cag... digo bol... Digo esteee... tímido... Anímese, al menos a mí, dígame "Hijo de una gran ... " y lo que sigue. Diga "Mira las porquerías que dijo, que bolú..."
Dele, dígalo. Y usted ver como me lo agradece después. Y a usted se lo va a agradecer su hígado... dele, ya va a ver, anímese... no sea cag... digo flojo de esfínteres...*
Juiceman II