jueves, diciembre 30, 2010
LAS TIRAS DE ARRIBA, SON DE MI PERSONAJE ALEJO, PUBLICADA EN 1.001 LUGARES.
Nunca dejé de ser niño -
"Sos un grandote sonso", me dijo siempre mi mujer. No aceptó ni jamás entenderá mi tendencia a mirar al mundo como algo terrible, con el cual hay necesidad absoluta de jugar
igual como un niño juega con una pelota, para poder soportarlo. Siempre leí que los grandes hombres, tuvieron una cualidad en común. No perdieron jamás los atributos geniales de los niños: Curiosidad; audacia intelectual; falta de prejuicios; capacidad de realizar algo por sólo el placer de hacerlo; honestidad consigo mismo; paciencia para seguir pese a los fracasos; espíritu de aventura; en ningún temor al futuro; desafio instintivo a las leyes preestablecidas por la sociedad, y cuando no es así, desconfianza en ellas, cuando no desconocimiento de estas; ingenio, hijo de la necesidad justamente por ignorar los sistemas prefijados por la experiencia. Estas son algunas de las ventajas de ser un niño. Y tan sólo los grandes mantienen estas evidentes ventajas en la vida. Los adultos las van perdiendo, como dejan en el camino el cabello, los dientes o la cintura delgada.
No sé si en mí conservar todo esto fue un don del destino o una vocación. Como no creo en las causas simples, opino en favor de la casi infinita complejidad de los hechos y las circunstancias. Si se sabe indagar un poco en sus entrañas, todo es tan complicado y policausal, como para aturdir al más inteligente.
Entonces quedamos en mi necesidad espiritual de conservar mi alma como la del niño polizonte y compañero de ruta, habitante y viajero incansable en mis neuronas, que vive conmigo. Y seguiremos siendo grandes compinches, pese a las críticas de la gente seria y muy responsable, incluida mi mujercita amada.
Me gustan los juegos, como el fútbol (practicarlo y verlo), el ajedrez, los de cartas, los videos games -pese a tener en un pasado no muy remoto, un prejuicio contra ellos y de haberme hecho adicto después- el ping pong, las cartas-incluidas las de amor recibidas y enviadas- al principio de mi vida, ésta transcurría entre jugar y leer. Ya no suelo practicar estos mucho, por no jugar tanto con niños. Me superan en casi todos los juegos, justamente por poseer ellos las cualidades antes detalladas por mí. Y no hablemos de curiosear, tanto a pié, en bicicleta o auto, vagabundear, conocer el mundo -incluido el ser un turista feliz de aprender y ver todo, en mi propia ciudad, Buenos Aires, nunca conocida del todo por sus propios habitantes. Un niño hace de su barrio o de su cuadra, un universo, conociendo casa por casa, árbol por árbol, rincón por rincón. Los adultos conocen el planeta en treinta días, en un tour muy caro y lujoso, donde sacan fotos y videos de todo. Luego necesitan anotaciones para saber donde diablos era ese paisaje, o esa catedral, cuando se la muestran a los amigos, con la intención de darles envidia. Mi estudio es un ejemplo vivo de mi doctrina. Caótico e improvisado. Abarrotado de libros, revistas y elementos que hacen a mi profesión. Y de bálsamos para el alma. Juguetes caídos en mis manos deseosas de los juguetes que no tuve de niño, cómo autos de colección, títeres de mano, animales de plástico, regalos de quienes aceptan mi infancia asumida in eternum, dardos con su correspondiente blanco, con los cuales me desahogo, muñecos de peluche ganados a las máquinas callejeras, dos feísimas y divertidas máscaras de látex, de esas útiles para carnaval o para asustar señoras serias distraídas. Poseo también una locomotora con sus correspondientes vagones, muy barata, pero bonita, de plástico, -heredado de un niño con demasiados juguetes, destino inevitable de muchos chicos con padres separados y una notoria incapacidad para disfrutar estos tesoros del corazón-. Confieso haber sido un niño pobre. Mis juguetes no pasaron de diez. Pero mis juegos superaron los mil y uno. Jugué a todo lo conocido y a todo lo imaginable. Y mi magín funcionaba a muchas revoluciones por minuto. Lo alimentaba una feliz circunstancia de mi destino. Tuve a mi alcance muchísimo para leer y unos padres que me impulsaban con el ejemplo. Desde mis 6 añitos leí todos los cuentos para niños, hasta libros serios y no tanto -Las mil y una noches, El Quijote, Martín Fierro, novelas muy adultas y muchísimos clásicos -. Esta fue una de las pocas herencias recibida por mi padre, aparte de una ética sin fallas y un ejemplo de valentía ante la vida, rayana en la heroicidad. Y el amor al arte, siendo él un gran artista. Lo mismo puedo decir de mi madre, y aunque ella no era artista, poseía una sensibilidad y una inteligencia intuitiva, de la cual me gustaría ser afortunado heredero, aunque sea en parte.
Conté como mi tiempo transcurría entre jugar y leer. Conjunción afortunada. Me permitió crecer y hacerme un hombrecito serio y responsable. Cómo se suele decir, cuando uno las hizo en su determinado momento, no necesita hacerlas de grande. Por eso ahora suelo actuar cómo niño, no por necesitarlo, sino porque me piache.
Mi trabajo creativo me exige todas y cada una de las cualidades de la infancia. De lo contrario no encontraría placer en imaginar aventuras absurdas, increíbles e irreverentes, para retratar a una realidad más que absurda hasta el infinito, increíble e irreverente, capaz siempre de superar la imaginación de cualquier humorista esquizofrénico. Luego en la más temprana adolescencia, la muerte de mi padre, me impuso una carga pesada y dura, incluido trabajar y luchar por estudiar y hacerme, como se decía entonces, un porvenir. No sé si todo ese entrenamiento me sirvió en mi porvenir. Pero creo comprender cuanto debe haber servido para hacer de mi vida algo soportable, aun en los momentos más difíciles, esos donde la vida te amputa no sólo las ilusiones, sino donde te lleva a tus seres amados, o te hacer vivir, como dicen los franceses, les petis mortes cotidiens, (las pequeñas muertes cotidianas).
Cuando estoy al lado de personas, de las llamadas serias, observo la poca elasticidad de ellas ante situaciones embarazosas. Entonces me creo muy afortunado, con mi armadura de niño. Armadura también interior.
La rigidez proporcionada por la falta de juventud, demuestra justo eso.
La decrepitud del espíritu. Por algo los jóvenes son elásticos de cuerpo y alma y los ancianos suelen ser sus antípodas. No todos, pues muchos jóvenes nacieron ya momias, y hay personas de mucho años en el oficio de alegres cascabeles pensantes. Todo esto me lleva a una conclusión. No sé si soy un grandote sonso, como opina mi mujer. Quizá sea un eterno niño sonso, una especie de Petter Pan, que tomó demasiados platos de sopa de letras, se empachó y se le puso gorda la cifra donde dice “edad”, casi sin darse cuenta de tamaña inflación. Nada de esto me importa. Di quizás demasiadas vueltas en la calesita de la vida y algunas veces saqué la sortija. A decir verdad, muchas...Todas las veces, cuando me puse a jugar a cualquier cosa, aunque sea unos instantes. Pudo haber sido con una pelota, con un libro de cuentos, con el volar de una paloma, corriendo con mis perros entre las olas pequeñas de la playa, volando en bicicleta por cielos marcianos, junto a Bradbury y a Asimov, comiendo puré con milanesas, escribiendo una historieta y dibujándola, o un cuento y yéndome a vivir dentro de él.
Sé de muchos que fueron felices haciendo lo mismo, acompañándome. Con esos amigos, me alcanzó para ser millonario en placeres y amigo íntimo del Principito, de su Rosa y del zorro amigo suyo. Doy fe.
2 Comments:
Interesante raconto de sentimientos y emociones.
Te deseo un 2011 lleno de alegrías, salud, éxitos y cariño.
Un abrazo afectuoso.
ROSA MARÍA, MUCHAS GRACIAS Y VA MI MEJOR BESO EN CILENCIO PARA VOS, CON MIS AUGURIOS DE QUE SEAS TAN FLIZ COMO PUEDAS...
Publicar un comentario
<< Home