martes, noviembre 29, 2011

UN VERDADERO CUENTO JAPONÉS.


LA FOTO DE ARRIBA, ME PASÓ LA ÚNICA VEZ QUE DESISTÍ DE UN ENCUENTRO SEXUAL
Rashomon[Cuento. Texto completo] Ryunosuke Akutagawa
Era un frío atardecer. Bajo Rashomon, el sirviente de un samurai esperaba que cesara la lluvia. No había nadie en el amplio portal. Sólo un grillo se posaba en una gruesa columna, cuya laca carmesí estaba resquebrajada en algunas partes. Situado Rashomon en la Avenida Sujaltu, era de suponer que algunas personas, como ciertas damas con el ichimegasa1 o nobles con el momiebosh2, podrían guarecerse allí; pero al parecer no había nadie fuera del sirviente. Y era explicable, ya que en los últimos dos o tres años la ciudad de Kyoto había sufrido una larga serie de calamidades: terremotos, tifones, incendios y carestías la habían llevado a una completa desolación. Dicen los antiguos textos que la gente llegó a destruir las imágenes budistas y otros objetos del culto, y esos trozos de madera, laqueada y adornada con hojas de oro y plata, se vendían en las calles como leña. Ante semejante situación, resultaba natural que nadie se ocupara de restaurar Rashomon. Aprovechando la devastación del edificio, los zorros y otros animales instalaron sus madrigueras entre las ruinas; por su parte ladrones y malhechores no lo desdeñaron como refugio, hasta que finalmente se lo vio convertido en depósito de cadáveres anónimos. Nadie se acercaba por los alrededores al anochecer, más que nada por su aspecto sombrío y desolado. En cambio, los cuervos acudían en bandadas desde los más remotos lugares. Durante el día, volaban en círculo alrededor de la torre, y en el cielo enrojecido del atardecer sus siluetas se dispersaban como granos de sésamo antes de caer sobre los cadáveres abandonados.
Pero ese día no se veía ningún cuervo, tal vez por ser demasiado tarde. En la escalera de piedra, que se derrumbaba a trechos y entre cuyas grietas crecía la hierba, podían verse los blancos excrementos de estas aves. El sirviente vestía un gastado kimono azul, y sentado en el último de los siete escalones contemplaba distraídamente la lluvia, mientras concentraba su atención en el grano de la mejilla derecha.
Como decía, el sirviente estaba esperando que cesara la lluvia; pero de cualquier manera no tenía ninguna idea precisa de lo que haría después. En circunstancias normales, lo natural habría sido volver a casa de su amo; pero unos días antes éste lo había despedido, no obstante los largos años que había estado a su servicio. El suyo era uno de los tantos problemas surgidos del precipitado derrumbe de la prosperidad de Kyoto.
Por eso, quizás, hubiera sido mejor aclarar: “el sirviente espera en el portal sin saber qué hacer, ya que no tiene adónde ir". Es cierto que, por otra parte, el tiempo oscuro y tormentoso había deprimido notablemente el sentimentalismo de este sirviente de la época Heian.
Habiendo comenzado a llover a mediodía, todavía continuaba después del atardecer. Perdido en un mar de pensamientos incoherentes, buscando algo que le permitiera vivir desde el día siguiente y la manera de obrar frente a ese inexorable destino que tanto lo deprimía, el sirviente escuchaba, abstraído, el ruido de la lluvia sobre la Avenida Sujaku.
La lluvia parecía recoger su ímpetu desde lejos, para descargarlo estrepitosamente sobre Rashomon, como envolviéndolo. Alzando la vista, en el cielo oscuro se veía una pesada nube suspendida en el borde de una teja inclinada.
"Para escapar a esta maldita suerte -pensó el sirviente- no puedo esperar a elegir un medio, ni bueno ni malo, pues si empezara a pensar sin duda me moriría de hambre en medio del camino o en alguna zanja; luego me traerían aquí, a esta torre, dejándome tirado como a un perro. Pero si no elijo..."
Su pensamiento, tras mucho rondar la misma idea, había llegado por fin a este punto. Pero ese "si no elijo..." quedó fijo en su mente. Aparentemente estaba dispuesto a emplear cualquier medio; pero al decir "si no..." demostró no tener el valor suficiente para confesarse rotundamente: "no me queda otro remedio que convertirme en ladrón".
Lanzó un fuerte estornudo y se levantó con lentitud. El frío anochecer de Kyoto hacía aflorar el calor del fuego. El viento, en la penumbra, gemía entre los pilares. El grillo que se posaba en la gruesa columna había desaparecido.
Con la cabeza metida entre los hombros paseó la mirada en torno del edificio; luego levantó las hombreras del kimono azul que llevaba sobre una delgada ropa interior. Se decidió por fin a pasar la noche en algún lugar que le permitiera guarecerse de la lluvia y del viento, en donde nadie lo molestara.
El sirviente descubrió otra escalera ancha, también laqueada, que parecía conducir a la torre. Ahí arriba nadie lo podría molestar, excepto los muertos. Cuidando de que no se deslizara su espada de la vaina sujeta a la cintura, el sirviente puso su pie calzado con sandalias sobre el primer peldaño.
Minutos después, en mitad de la amplia escalera que conducía a la torre de Rashomon, un hombre acurrucado como un gato, con la respiración contenida, observaba lo que sucedía más arriba. La luz procedente de la torre brillaba en la mejilla del hombre; una mejilla que bajo la corta barba descubría un grano colorado, purulento. El hombre, es decir el sirviente, había pensado que dentro de la torre sólo hallaría cadáveres; pero subiendo dos o tres escalones notó que había luz, y que alguien la movía de un lado a otro. Lo supo cuando vio su reflejo mortecino, amarillento, oscilando de un modo espectral en el techo cubierto de telarañas. ¿Qué clase de persona encendería esa luz en Rashomon, en una noche de lluvia como aquélla?
Silencioso como un lagarto, el sirviente se arrastró hasta el último peldaño de la empinada escalera. Con el cuerpo encogido todo lo posible y el cuello estirado, observó medrosamente el interior de la torre.
Confirmando los rumores, vio allí algunos cadáveres tirados negligentemente en el suelo. Como la luz de la llama iluminaba escasamente a su alrededor, no pudo distinguir la cantidad; únicamente pudo ver algunos cuerpos vestidos y otros desnudos, de hombres y mujeres. Los hombros, el pecho y otras partes recibían una luz agonizante, que hacía más densa la sombra en los restantes miembros.
Unos con la boca abierta, otros con los brazos extendidos, ninguno daba más señales de vida que un muñeco de barro. Al verlos entregados a ese silencio eterno, el sirviente dudó que hubiesen vivido alguna vez.
El hedor que despedían los cuerpos ya descompuestos le hizo llevar rápidamente la mano a la nariz. Pero un instante después olvidó ese gesto. Una impresión más violenta anuló su olfato al ver que alguien estaba inclinado sobre los cadáveres.
Era una vieja escuálida, canosa y con aspecto de mona, vestida con un kimono de tono ciprés. Sosteniendo con la mano derecha una tea de pino, observaba el rostro de un muerto, que por su larga cabellera parecía una mujer.
Poseído más por el horror que por la curiosidad, el sirviente contuvo la respiración por un instante, sintiendo que se le erizaban los pelos. Mientras observaba aterrado, la vieja colocó su tea entre dos tablas del piso, y sosteniendo con una mano la cabeza que había estado mirando, con la otra comenzó a arrancarle el cabello, uno por uno; parecía desprenderse fácilmente.
A medida que el cabello se iba desprendiendo, cedía gradualmente el miedo del sirviente; pero al mismo tiempo se apoderaba de él un incontenible odio hacia esa vieja. Ese odio -pronto lo comprobó- no iba dirigido sólo contra la vieja, sino contra todo lo que simbolizase “el mal", por el que ahora sentía vivísima repugnancia. Si en ese instante le hubiera sido dado elegir entre morir de hambre o convertirse en ladrón -el problema que él mismo se había planteado hacía unos instantes- no habría vacilado en elegir la muerte. El odio y la repugnancia ardían en él tan vivamente como la tea que la vieja había clavado en el piso.
Él no sabía por qué aquella vieja robaba cabellos; por consiguiente, no podía juzgar su conducta. Pero a los ojos del sirviente, despojar de las cabelleras a los muertos de Rashomon, y en una noche de tormenta como ésa, cobraba toda la apariencia de un pecado imperdonable. Naturalmente, este nuevo espectáculo le había hecho olvidar que sólo momentos antes él mismo había pensado hacerse ladrón.
Reunió todas sus fuerzas en las piernas, y saltó con agilidad desde su escondite; con la mano en su espada, en una zancada se plantó ante la vieja. Ésta se volvió aterrada, y al ver al hombre retrocedió bruscamente, tambaleándose.
-¡Adónde vas, vieja infeliz! -gritó cerrándole el paso, mientras ella intentaba huir pisoteando los cadáveres.
La suerte estaba echada. Tras un breve forcejeo el hombre tomó a la vieja por el brazo (de puro hueso y piel, más bien parecía una pata de gallina), y retorciéndoselo, la arrojó al suelo con violencia:
-¿Qué estabas haciendo? Contesta, vieja; si no, hablará esto por mí.
Diciendo esto, el sirviente la soltó, desenvainó su espada y puso el brillante metal frente a los ojos de la vieja. Pero ésta guardaba un silencio malicioso, como si fuera muda. Un temblor histérico agitaba sus manos y respiraba con dificultad, con los ojos desorbitadas. Al verla así, el sirviente comprendió que la vieja estaba a su merced. Y al tener conciencia de que una vida estaba librada al azar de su voluntad, todo el odio que había acumulado se desvaneció, para dar lugar a un sentimiento de satisfacción y de orgullo; la satisfacción y el orgullo que se sienten al realizar una acción y obtener la merecida recompensa. Miró el sirviente a la vieja y suavizando algo la voz, le dijo:
-Escucha. No soy ningún funcionario imperial. Soy un viajero que pasaba accidentalmente por este lugar. Por eso no tengo ningún interés en prenderte o en hacer contigo nada en particular. Lo que quiero es saber qué estabas haciendo aquí hace un momento.
La vieja abrió aún más los ojos y clavó su mirada en el hombre; una mirada sarcástica, penetrante, con esos ojos sanguinolentos que suelen tener ciertas aves de rapiña. Luego, como masticando algo, movió los labios, unos labios tan arrugados que casi se confundían con la nariz. La punta de la nuez se movió en la garganta huesuda. De pronto, una voz áspera y jadeante como el graznido de un cuervo llegó a los oídos del sirviente:
-Yo, sacaba los cabellos... sacaba los cabellos... para hacer pelucas...
Ante una respuesta tan simple y mediocre el sirviente se sintió defraudado. La decepción hizo que el odio y la repugnancia lo invadieran nuevamente, pero ahora acompañados por un frío desprecio. La vieja pareció adivinar lo que el sirviente sentía en ese momento y, conservando en la mano los largos cabellos que acababa de arrancar, murmuró con su voz sorda y ronca:
-Ciertamente, arrancar los cabellos a los muertos puede parecerle horrible; pero ninguno de éstos merece ser tratado de mejor modo. Esa mujer, por ejemplo, a quien le saqué estos hermosos cabellos negros, acostumbraba vender carne de víbora desecada en la Barraca de los Guardianes, haciéndola pasar nada menos que por pescado. Los guardianes decían que no conocían pescado más delicioso. No digo que eso estuviese mal pues de otro modo se hubiera muerto de hambre. ¿Qué otra cosa podía hacer? De igual modo podría justificar lo que yo hago ahora. No tengo otro remedio, si quiero seguir viviendo. Si ella llegara a saber lo que le hago, posiblemente me perdonaría.
Mientras tanto el sirviente había guardado su espada, y con la mano izquierda apoyada en la empuñadura, la escuchaba fríamente. La derecha tocaba nerviosamente el grano purulento de la mejilla. Y en tanto la escuchaba, sintió que le nacía cierto coraje, el que le faltara momentos antes bajo el portal. Además, ese coraje crecía en dirección opuesta al sentimiento que lo había dominado en el instante de sorprender a la vieja. El sirviente no sólo dejó de dudar (entre elegir la muerte o convertirse en ladrón) sino que en ese momento el tener que morir de hambre se había convertido para él en una idea absurda, algo por completo ajeno a su entendimiento.
-¿Estás segura de lo que dices? -preguntó en tono malicioso y burlón.
De pronto quitó la mano del grano, avanzó hacia ella y tomándola por el cuello le dijo con rudeza:
-Y bien, no me guardarás rencor si te robo, ¿verdad? Si no lo hago, también yo me moriré de hambre.
Seguidamente, despojó a la vieja de sus ropas, y como ella tratara de impedirlo aferrándosele a las piernas, de un puntapié la arrojó entre los cadáveres. En cinco pasos el sirviente estuvo en la boca de la escalera; y en un abrir y cerrar de ojos, con la amarillenta ropa bajo el brazo, descendió los peldaños hacia la profundidad de la noche.
Un momento después la vieja, que había estado tendida como un muerto más, se incorporó, desnuda. Gruñendo y gimiendo, se arrastró hasta la escalera, a la luz de la antorcha que seguía ardiendo. Asomó la cabeza al oscuro vacío y los cabellos blancos le cayeron sobre la cara.
Abajo, sólo la noche negra y muda.
Adónde fue el sirviente, nadie lo sabe.
FIN

sábado, noviembre 26, 2011

SI NO FUERA POR LA DIFERENCIA,NO HABRÍA PAREJAS, NI HUMANIDAD

ESTE ES UN GRUPITO DE MIS SECRETARIAS, EN ESTOS DÍAS DE CALOR, REFRESCÁNDOSE.


VIVA LA DIFERENCIA    


Muchas  mujeres quieren ser iguales a los hombres. Muchos hombres adoptan costumbres femeninas. A las primeras les dicen feministas. A los segundos los llaman de formas poco afectivas, como gay, maricas, travestis.
Feminista no es un adjetivo que en boca masculina, sea laudatorio. Se lo dice como una especie de insulto. Roza, cuando no forma parte, de la palabra lesbiana. Torti, entre otros términos agresivos, para el vulgo.
Las mujeres no comprenden a los hombres. Estos ni idea tienen de cómo son las mujeres. Los sexos no se comprenden ni un poquito así. Pero ambos se ufanan de saber bien como son sus rivales. Porque en realidad, son rivales. Y mucho. Se viene combatiendo en una guerra cruel -estúpida como todas-, desde cuando hubo un hombre y una mujer en el planeta Tierra. Hasta aquí es un empate. Aunque  ambos bandos creen estar perdiendo.
Ellas dicen ser discriminadas, traicionadas, golpeadas, dominadas, incomprendidas. Y por desgracia, es verdad, además de asesinadas.
Ellos afirman que el enemigo es falso, estúpido, taimado, histérico, infiel, demasiado astuto, incomprensible, sofisticado, entre otros términos poco elogiosos, y al mismo tiempo, contradictorios.
Ellas afirman hacer el amor, y no la guerra. Pero se enamoran de los chicos malos. Del guerrero, del campeón de box, del torero. Sobre todo de quien  no corre detrás de ellas y sí las patea. A quien las persigue, le dicen baboso, entre otros epítetos degradantes. Les piden a ellos que las traten con suma delicadeza, y cuando encuentran uno que hace eso, lo observan con desconfianza, y sospechan de su virilidad. Quieren que las ayuden en lavar los platos y demás tareas del hogar, y si alguien lo intenta hacer, es sacado a empujones de la cocina, porque “molesta”.
Ellos dicen que ellas sólo sirven para la cama y la cocina, pero viven pensando como seducirlas. Trabajan como burros de carga, para tener el auto más caro y la mejor casa posible; van al gimnasio para tener músculos fuertes, y pelean a golpes con otros rivales por el amor de una de ellas, como si esta fuera la única mujer del planeta valiosa, aparte de la mamá de él, claro. Hasta van a la guerra, aunque muertos de miedo, para que ninguna mujer los crea cobardes.
Las féminas abominan de los hombres como especie. –Salvo mi papá, todos son iguales, unos tal por cual- suelen decir en público, pero viven preparándose desde casi la cuna, para amar y ser amada por uno,  para toda la vida. Se visten, se peinan, se maquillan, se llenan de adornos, van al cirujano plástico y hacen dieta hasta llegar a la anorexia, para conquistar al Príncipe azul, soñado desde el primer cuento de hadas que les leyó mamá, la maldita LA CENICIENTA, que es la base del 90 % delcine y la lectura dedicada a las mujeres, ya desde niñas.
Ellos suelen opinar que son demasiado promiscuas, sensuales, provocativas. Afirman su preferencia por las serias. Pero las Pamela Anderson, entre otras profesionales del sexo, los vuelven locos. Tanto como para gastar hasta lo que no tienen, para comprar -mejor dicho alquilar-, sus favores. Mientras tanto las chicas inteligentes y serias, ni son miradas, salvo si adoptan las costumbres y el aspecto de las mujeres alegres y tontas.
Una vez cruzada la línea inteligente-seria - prosti-taradita, ya no las dejan volver, por considerarlas unas p... de m..., unas taradas y reventadas. Esto es considerado así, aunque ellos hubieran hecho esfuerzos inauditos para que crucen la frontera.
Las mal llamadas sexo débil –viven más y son más sanas que sus rivales-, opinan que ellos son un mal necesario, porque peor es nada. -No saben tener ni querer ninguna responsabilidad, cuando se separan, no pasan plata para los hijos y “sólo piensan en eso”- afirman convencidas
Luego de prepararse toda su juventud para casarse  o formar pareja, previo conquistar  tras seria y dura lucha contra sus colegas de sexo, a un peor es nada, lo primero que hacen es comenzar a verle los defectos. Estos no fueron vistos en la etapa del enamoramiento porque no hay peor ciego que quien no quiere ver. Una vez desmembrado el peor es nada, comienzan los planes para el divorcio. ¿Y si no de que vivirían los abogados que no pudieron ingresar en la política?
Pasada esta tan terrible prueba -el casamiento y su posterior divorcio-, dicen -Voy a recomenzar mi vida-. O sea, van a hacer todo igual a la etapa anterior, pero queriendo tomar algunas precauciones.
-Voy a buscar a alguien con los pies sobre la tierra, seguro, maduro-. Acaban atrapando a otro víctima también de pasar problemas similares, con dos hijos que mantener de la anterior pareja.
Si el nuevo candidato fuera como ella espera, ¿por qué diablos se separó de la otra? Mejor dicho... ¿por qué diablos la otra se separó de él?
Pero ella decide que este ya maduró y si le falta algún retoque,  ella lo va a hacer cambiar, para transformarlo ahora sí, en el tan soñado príncipe azul
El príncipe azul -se había prometido no reincidir en formar pareja-, termina cediendo ante la inconmensurable presión de ella y vuelve a cometer el mismo error.
-Es una mujer que sufrió mucho; su ex no supo apreciarla–le cuenta a un amigo, que lo escucha sobrador, diciéndose: -A mí estas cosas no me van a pasar-.
Al año siguiente el otro, le sale de testigo de casamiento. Dos años después, de testigo para el divorcio. Pasados otros dos años, el segundo le presta plata al primero, para tramitar el divorcio nuevo y alquilar un depto de un ambiente.
¿Qué hace ella luego de la segunda debacle? Frena, a veces para siempre, sus ansias de pareja permanente. Se dedica a los hijos y a los dos trabajos para poder mantenerlos.
-Entre mis  dos ex, no aportan casi nada para los chicos- le cuentan a quien quiera oírlas, para desahogar su angustia y odio antihombres. Aunque sin saberlo de manera consciente,  no cejan de dejar un lugarcito en su ilusión,  malherida, pero no muerta, de “rerehacer mi vida de nuevo”.
¿Qué hacen ellos luego del segundo derrumbe? -A mí no me agarran más, son todas iguales, interesadas, astutas, histéricas -le cuentan a un amigo-. Y esta vez suelen decir una verdad. Se dedican a “reventar”en las camas,  todo lo del sexo opuesto que puedan lograr. Claro, siempre y cuando no aparezca otra capaz de hacerles decir
 “-Esta vez sí voy a rehacer mi vida, pero poniendo sobre la mesa todo lo que aprendí sobre los hombres”-, y él termine diciendo “ -La tercera tiene que ser la vencida... Voy a probar de nuevo”. @

miércoles, noviembre 16, 2011

EL SILENCIO BLANCO

LA SEÑORITA DE ARRIBA, AMAPOLA AZUL, UNA DE MIS SECRETARIAS, LA QUE ME VA A COMPRAR LAS PINTURAS. SALVO ESO, NO SABE HACER MÁS NADA, PERO ME CAE SIMPÁTICA, NO SÉ LA CAUSA.
El silencio blanco

Jack London
-Carmen no durará más de un par de días. Mason escupió un trozo de hielo y observó compasivamente al pobre animal. Luego se llevó una de sus patas a la boca y comenzó a arrancar a bocados el hielo que cruelmente se apiñaba entre los dedos del animal.
-Nunca vi un perro de nombre presuntuoso que valiera algo -dijo, concluyendo su tarea y apartando a un lado al animal-. Se extinguen y mueren bajo el peso de la responsabilidad. ¿Viste alguna vez a uno que acabase mal llamándose Cassiar, Siwash o Husky? ¡No, señor! Échale una ojeada a Shookum, es...
¡Zas! El flaco animal se lanzó contra él y los blancos dientes casi alcanzaron la garganta de Mason.
-Conque sí, ¿eh?
Un hábil golpe detrás de la oreja con la empuñadura del látigo tendió al animal sobre la nieve, temblando débilmente, mientras una baba amarilla le goteaba por los colmillos.
-Como iba diciendo, mira a Shookum, tiene brío. Apuesto a que se come a Carmen antes de que acabe la semana.
-Yo añadiré otra apuesta contra ésa -contestó Malemute Kid, dándole la vuelta al pan helado puesto junto al fuego para descongelarse . Nosotros nos comeremos a Shookum antes de que termine el viaje. ¿Qué te parece, Ruth?
La india aseguró la cafetera con un trozo de hielo, paseó la mirada de Malemute Kid a su esposo, luego a los perros, pero no se dignó responder. Era una verdad tan palpable, que no requería respuesta. La perspectiva de doscientas millas de camino sin abrir, con apenas comida para seis días para ellos y sin nada para los perros, no admitía otra alternativa. Los dos hombres y la mujer se agruparon en torno al fuego y empezaron su parca comida. Los perros yacían tumbados en sus arneses, pues era el descanso de mediodía, y observaban con envidia cada bocado.
-A partir de hoy no habrá más almuerzos -dijo Malemute Kid-. Y tenemos que mantener bien vigilados a los perros... Se están poniendo peligrosos. Si se les presenta oportunidad, se comerán a uno de los suyos en cuanto puedan.
-Y pensar que yo fui una vez presidente de una congregación metodista y enseñaba en la catequesis... -habiéndose desembarazado distraídamente de esto, Mason se dedicó a contemplar sus humeantes mocasines, pero Ruth lo sacó de su ensimismamiento al llevarle el vaso-. ¡Gracias a Dios tenemos té en abundancia! Lo he visto crecer en Tenesí. ¡Lo que daría yo por un pan de maíz caliente en estos momentos! No hagas caso, Ruth; no pasarás hambre por mucho tiempo más, ni tampoco llevarás mocasines.
Al oír esto, la mujer abandonó su tristeza y sus ojos se llenaron del gran amor que sentía por su señor blanco, el primer hombre blanco que había visto..., el primer hombre que había conocido que trataba a una mujer como algo más que un animal o una bestia de carga.
-Sí, Ruth -continuó su esposo, recurriendo a la jerga macarrónica en la que sólo se podían entender-. Espera a que recojamos y partamos hacia El Exterior. Tomaremos la canoa del Hombre Blanco e iremos al Agua Salada. Sí, malas aguas, tempestuosas..., grandes montañas que danzan subiendo y bajando todo el tiempo. Y tan grande, tan lejos, tan lejos... viajas diez jornadas, veinte jornadas, cuarenta jornadas -enumeró gráficamente los días con sus dedos-; siempre agua, malas aguas. Entonces llegas a un gran poblado, mucha gente, tanta como los mosquitos del próximo verano. Tiendas tan altas... como diez, veinte pinos. ¡Hi yu skookum!1

Se detuvo impotente, echándole una mirada suplicante a Malemute Kid, y laboriosamente colocó por señas los veinte pinos, punta sobre punta. Malemute Kid sonrió con alegre cinismo; pero los ojos de Ruth se abrieron con asombro y placer; creía a medias que la estaba engañando, y tal condescendencia halagaba su pobre corazón de mujer.
-Y luego entras en una... caja, y ¡zas!, subes hacia arriba -lanzó su taza vacía al aire para ilustrarlo, y mientras la cogía hábilmente gritó-: Y ¡paf!, bajas de nuevo. ¡Ah, grandes hechiceros! Tú vas a Fuerte Yukón, yo voy a Ciudad Ártica... veinticinco jornadas... Entre los dos cable muy largo, todo seguido... cojo el cable... Yo digo: «¡Hola, Ruth! ¿Cómo estás?»... y tú dices: «¿Eres mi buen esposo?»... y yo digo: «Sí»... y tú dices: «No puedo hacer buen pan, no queda levadura.» Entonces digo: «Mira en el escondrijo, bajo la harina; adiós.» Tú miras y encuentras mucha levadura. Todo el tiempo tú en Fuerte Yukón y yo en Ciudad Ártica. ¡Gran hechicero!
Ruth sonrió tan ingenuamente con el cuento de hadas, que los hombres estallaron en carcajadas. Una pelea entre los perros vino a cortar por lo sano las maravillas de El Exterior, y para cuando separaron a los combatientes, Ruth había amarrado los trineos y estaba lista para el camino.
-¡Arre! ¡Baldy! ¡Arre!
Mason restalló diestramente el látigo y, mientras los perros aullaban débilmente en sus correas, abrió la marcha tirando de la vara del trineo. Ruth lo seguía con el segundo grupo de perros, dejando a Malemute Kid, que la había ayudado a partir, cerrar la marcha. Un hombre fuerte, una bestia, capaz de derrumbar a un buey de un golpe, no podía soportar pegar a los pobres animales, y los mimaba como raramente hace un conductor de perros..., es más, casi lloraba con ellos en su miseria.
-¡Venga, adelante, pobres bestias doloridas! -murmuró, después de varios intentos infructuosos por arrancar. Pero su paciencia se vio recompensada al fin, y, aunque gimiendo de dolor, se apresuraron a reunirse con sus compañeros.
Ya no hubo más conversación; la dificultad del camino no permite tales lujos. Y entre todas las faenas, la de la ruta del Norte es la peor. Dichoso el hombre que puede soportar una jornada de viaje a base de silencio, y eso en una ruta ya abierta. Pues de todas las descorazonadoras tareas, la de abrir camino es la peor. A cada paso las grandes raquetas se hunden hasta que la nieve llega a la altura de las rodillas. Luego, hacia arriba, derecho hacia arriba, pues la desviación de una fracción de pulgada es anuncio cierto del desastre; la raqueta se eleva hasta que la superficie queda limpia; luego adelante, abajo, el otro pie se eleva perpendicular a media yarda. El que lo intenta por primera vez puede sentirse feliz, si evita colocar las botas en esa peligrosa cercanía y caer sobre la traicionera superficie, se rendirá exhausto después de cien yardas; el que puede mantenerse alejado de los perros por un día entero puede muy bien meterse en su saco de dormir con la conciencia tranquila y un orgullo fuera de toda comprensión. Y el que viaja veinte jornadas sobre la larga ruta es un hombre que merece la envidia de los dioses.
La tarde pasó, y con el respeto nacido del silencio blanco, los silenciosos viajeros se aplicaron a su trabajo. La naturaleza tiene muchas artimañas para convencer al hombre de su finitud -el incesante fluir de las mareas, la furia de la tormenta, la sacudida del terremoto, el largo retumbar de la artillería del cielo-, pero la más tremenda, la más sorprendente de todas es la fase pasiva del silencio blanco. Cesa todo movimiento, el aire se despeja, los cielos se vuelven de latón; el más pequeño susurro parece un sacrilegio, y el hombre se torna tímido, asustado del sonido de su propia voz. Única señal de vida que viaja a través de las espectrales inmensidades de un mundo muerto, tiembla ante su propia audacia, se da cuenta de que su vida no vale más que la de un gusano. Surgen extraños pensamientos no llamados, y el misterio de todas las cosas pugna por darse a conocer. Y el temor a la muerte, a Dios, al universo, se apodera de él, la esperanza en la resurrección y la vida, su deseo de inmortalidad, la lucha vana de la esencia aprisionada. Entonces, si alguna vez ocurre, el hombre camina solo con Dios.
Así pasó lentamente el día. El río trazaba un gran meandro y Mason dirigió su partida hacia él a través del estrecho cuello de tierra. Pero los perros retrocedieron ante la empinada ribera. Una y otra vez, a pesar de que Ruth y Malemute Kid empujaban el trineo, resbalaban de nuevo hasta el fondo. Entonces vino el esfuerzo supremo. Las miserables criaturas, debilitadas por el hambre, reunieron sus últimas fuerzas. Arriba, arriba... El trineo se detuvo en la cima de la ladera, pero el perro que iba a la cabeza giró toda la reata hacia la derecha, enredando las raquetas de Mason. El resultado fue desastroso. Mason cayó de repente al suelo; uno de los perros se derrumbó sobre sus arneses; y el trineo se volcó hacia atrás, arrastrando de nuevo todo hasta el fondo.
¡Zas! El látigo cayó sobre los perros salvajemente, sobre todo en el que había tropezado.
-¡No, Mason! -suplicó Malemute Kid-. El pobre diablo no puede más. Espera y engancharemos mis perros.
Mason retuvo el látigo intencionadamente hasta que se apagó la última palabra, entonces restalló el largo látigo, rodeando completamente el cuerpo de la criatura culpable. Carmen -porque de Carmen se trataba- se agazapó en la nieve, lloró lastimosa y se volvió sobre el costado.
Era un momento trágico, un patético incidente del camino: un perro agonizante y dos compañeros enfurecidos. Ruth miró ansiosamente de un hombre al otro. Pero Malemute Kid se contuvo, aunque había un mundo de reproche en sus ojos, e inclinándose sobre el perro cortó las correas. No pronunciaron ni una palabra. Ataron a los perros en doble hilera y superaron la dificultad; los trineos estaban de nuevo en camino, con el perro moribundo arrastrándose detrás. Mientras el animal pueda viajar no se le sacrifica, se le ofrece esta última oportunidad, arrastrarse hasta el campamento si puede, con la esperanza de que allí se mate un alce.
Arrepentido ya de su ataque de ira, pero demasiado terco para enmendarse, Mason faenaba a la cabeza de la cabalgata, sin imaginarse que el peligro flotaba en el aire. La leña caída se apilaba densamente en el protegido suelo, y a través de ella se abrieron paso. A cincuenta pies o más del camino se alzaba un alto pino. Durante generaciones había permanecido allí, y durante generaciones el destino había tenido este único fin previsto. Quizás se había decretado lo mismo para Mason.
Se agachó para atarse el cordón del mocasín. Los trineos se detuvieron y los perros se tumbaron en la nieve sin un gemido. La quietud era extraña; ni un soplo hacía crujir el bosque cubierto de escarcha. El frío y el silencio del espacio habían helado el corazón y apagado los temblorosos labios de la naturaleza. Un suspiro latió en el aire. No lo oyeron, más bien lo sintieron, como la premonición de un movimiento en el vacío inmóvil. Entonces el gran árbol, cargado con su peso de años y nieve, representó su papel en la tragedia de la vida. Oyó el estrépito de advertencia e intentó saltar, pero, casi en pie, recibió el golpe de lleno en el hombro.
El súbito peligro, la muerte repentina... ¡Cuán a menudo se había enfrentado a ella Malemute Kid! Las ramas del pino aún temblaban mientras daba órdenes y entraba en acción. Tampoco se desmayó ni elevó la voz en lamentos inútiles la muchacha india, como podían haber hecho sus hermanas blancas. Cumpliendo las órdenes del hombre, echó su peso sobre el extremo de una palanca improvisada, aliviando el peso y escuchando los gemidos de su esposo, mientras Malemute Kid atacaba el árbol con el hacha. El acero repicaba alegremente al morder el tronco helado, cada golpe acompañado por una respiración audible y forzada, el «¡huh!» «¡huh!» del leñador.
Al fin Kid tendió sobre la nieve a la lastimosa criatura que una vez fuera hombre. Pero peor que el dolor de su compañero era la muda angustia reflejada en la cara de la mujer, la mirada mezcla de esperanza y desesperación. Se cruzaron pocas palabras. Los de las tierras del Norte aprenden pronto la futilidad de las palabras y el valor inestimable de los hechos. Con la temperatura a sesenta y cinco bajo cero, un hombre no puede permanecer tumbado en la nieve por muchos minutos y sobrevivir. Por tanto, cortaron las correas del trineo y tendieron a la víctima, envuelta en pieles, en un lecho de ramas. Ante él ardía un fuego, hecho de la misma madera que había provocado la desgracia. Detrás de él, y cubriéndolo parcialmente, estaba extendido un toldo primitivo, un trozo de lona que captaba las radiaciones de calor y las devolvía hacia él, un truco que conocen los hombres que estudian física en sus fuentes.
Los hombres que han compartido su lecho con la muerte saben cuándo les llama. Mason estaba terriblemente machacado. El examen más superficial así lo revelaba. Tenía rotos el brazo derecho, la pierna y la espalda; sus miembros estaban paralizados desde las caderas; y la probabilidad de heridas internas era grande. El único signo de vida era un gemido ocasional.
Ninguna esperanza; no había nada que hacer. La noche implacable se deslizó lentamente sobre ellos. Ruth sufría con el desesperado estoicismo de su raza, y nuevas arrugas acudían al rostro de bronce de Malemute Kid. De hecho, Mason sufría menos que ninguno, pues estaba al este de Tenesí, en las grandes montañas Smokey, reviviendo escenas de su niñez. Y lo más patético era la melodía de su ya olvidado nativo dialecto sureño, mientras deliraba sobre las charcas en que nadaba, las cazas de mapache y robos de sandías. A Ruth le sonaba a chino, pero Kid comprendía, y sentía, sentía como sólo puede sentir alguien aislado durante años de la civilización.
La mañana devolvió la consciencia al hombre postrado, y Malemute Kid se inclinó sobre él para captar sus susurros.
-¿Recuerdas cuando nos encontramos en el Tanana, hará cuatro años en el próximo deshielo? No me importaba mucho entonces. Creo más bien que era bonita, y había un toque de emoción en todo ello. Pero, sabes, he llegado a tenerle un gran afecto. Ha sido una buena esposa para mí, siempre a mi lado en las dificultades. Y cuando llega la hora de comerciar, no hay otra igual. ¿Recuerdas aquella vez que disparó a los rápidos de Moosehorn para sacarnos a ti y a mí de esa roca, y las balas azotaban el agua como granizo? ¿Y cuando el hambre en Nukluyeto? ¿O cuando se adelantó al deshielo para traernos la noticia? Sí, ha sido una buena esposa para mí, mejor que la otra. ¿No sabías que antes estuve casado? Nunca te lo dije, ¿verdad? Pues lo ensayé otra vez, en Estados Unidos. Por eso estoy aquí. Habíamos crecido juntos. Me vine para. darle una oportunidad de que le concedieran el divorcio. Lo consiguió.
»Pero eso no tiene nada que ver con Ruth. Pensé en recoger todo y salir para El Exterior el año que viene, ella y yo, pero es demasiado tarde. No la mandes de nuevo con su gente, Kid. Es muy duro tener que volver. ¡Piénsalo! Casi cuatro años a base de nuestra tocineta, judías, harina y fruta seca, y volver a su pescado y caribú. No es bueno que haya conocido nuestras costumbres, llegar a ver que son mejores que las de su pueblo, y luego volver a ellas. Cuida de ella, Kid, ¿lo harás? No, no lo harás. Tú siempre la eludiste. Y nunca me dijiste por qué viniste a estas tierras. Sé bueno con ella, y mándala a Estados Unidos en cuanto puedas. Pero arréglalo de manera que pueda volver, quizás eche esto de menos.
»Y el niño... Nos ha acercado más, Kid. Espero que sea un chico. ¡Piénsalo! Carne de mi carne, Kid. No debe quedarse en este país. Y, si es una chica, pues tampoco. Vende mis pieles; conseguirás al menos cinco mil, y tengo otras tantas en la compañía. Y administra mis intereses junto con los tuyos. Creo que se resolverá la demanda del tribunal. Cuida de que reciba una buena educación; y Kid, sobre todo, no le dejes volver. Este país no es para hombres blancos.
»Soy un hombre perdido, Kid. Tres o cuatro jornadas más a lo sumo. ¡Ustedes deben seguir! Recuerda, es mi mujer, es mi hijo... ¡Dios mío! ¡Espero que sea un chico! No puedes permanecer a mi lado... Y yo, un moribundo, te ordeno seguir.
-Dame tres días -suplicó Malemute Kid-. Puedes mejorar; algo puede pasar.
-No.
-Sólo tres días.
-Deben seguir.
-Dos días.
-Son mi mujer y mi hijo, Kid. Tú no lo pedirías.
-Un día.
-¡No, no! Te ordeno...
-Sólo un día, lo podemos ahorrar de la comida, y quizás mate un alce.
-No. Bueno, un día, pero ni un minuto más. Y Kid, no, no me dejes solo para enfrentarme a ella. Sólo un disparo, un apretón de gatillo. Tú lo entiendes. ¡Piénsalo! ¡Carne de mi carne, y no viviré para verle!
»Mándame a Ruth. Quiero despedirme y decirle que piense en el niño y que no espere a que me muera. De lo contrario, podría negarse a marchar contigo. Adiós, amigo, adiós.
»Kid, quería decir... Cava un hoyo por encima de la señal, cerca de la falla. Saqué unos cuarenta centavos de oro con mi pala allí.
»Y ¡Kid! -se agachó aún más para oír sus últimas palabras, la rendición del orgullo de un moribundo-. Siento lo de..., ya sabes..., lo de Carmen.
Dejó a la muchacha llorando suavemente sobre su hombre. Malemute Kid se puso la parka y las raquetas de nieve, guardó el rifle bajo el brazo y silenciosamente salió al bosque. No era ningún novato en las severas penas de las tierras del Norte, pero nunca se había enfrentado a un problema como éste. En lo abstracto estaba claro, tres posibles vidas contra una ya condenada. Pero dudaba. Durante cinco años, hombro con hombro, en los ríos y en los caminos, en los campamentos y en las minas, haciendo frente a la muerte por congelación, inundaciones y hambre, habían atado los lazos de su compañerismo. Tan apretado era el nudo, que a menudo se había dado cuenta de unos vagos celos de Ruth, desde la primera vez que entró entre ellos. Y ahora tenía que cortarlo con sus propias manos.
Aunque rezó por un alce, un solo alce, toda la caza parecía haber abandonado la tierra, y el anochecer halló al hombre exhausto, arrastrándose hacia el campamento, con las manos vacías y un gran peso en el corazón. Un alboroto de los perros y los gritos agudos de Ruth le hicieron apresurarse.
Al irrumpir en el campamento, vio a la muchacha, en medio de la jauría aullante, golpeando con el hacha. Los perros habían roto el férreo mandato de sus dueños y devoraban la comida. Se unió a la contienda con la culata del rifle, y el antiguo proceso de la selección natural tuvo lugar de nuevo con la brutalidad de aquel primitivo ambiente. Rifle y hacha subían y bajaban, acertaban o fallaban con una regularidad monótona; cuerpos elásticos destellaron, con ojos salvajes y fauces babosas; y hombre y bestia lucharon por la supremacía hasta el más amargo término.. Luego, las apaleadas bestias se arrastraron hasta el borde de la luz de la hoguera, lamiéndose las heridas, elevando sus quejas a las estrellas.
Habían devorado toda la provisión de salmón seco, y quizás quedasen cinco libras de harina para sostenerlos a lo largo de doscientas millas de páramos. Ruth regresó junto a su esposo, mientras Malemute Kid cortaba en pedazos el cuerpo caliente de uno de los perros, cuyo cráneo había sido aplastado por el hacha. Guardó cada trozo cuidadosamente, excepto la piel y las entrañas, que echó a los que momentos antes fueran sus compañeros.
La mañana trajo nuevos problemas. Los animales se volvían unos contra otros. Carmen, que aún se aferraba a su delgado hilo de vida, acabó devorada por la jauría. El látigo cavó sin miramientos sobre ellos. Se agachaban y aullaban bajo los golpes, pero se negaron a dispersarse hasta que el último miserable trozo hubo desaparecido: huesos, piel, pelo, todo.
Malemute Kid realizó sus tareas, escuchando a Mason que estaba de nuevo en Tenesí, pronunciando discursos enredados y violentas exhortaciones a sus hermanos de otros tiempos.
Aprovechando los pinos cercanos, trabajó rápidamente, y Ruth lo observó mientras construía un escondrijo parecido a los que a veces utilizan los cazadores para guardar la carne fuera del alcance de lobos y perros. Una tras otra dobló las copas de los pinos pequeños acercándolas casi hasta el suelo y atándolas con correas de piel de alce. Entonces sometió a golpes a los perros y los amarró a dos de los trineos, cargando éstos con todo menos las pieles que cubrían a Mason. Las envolvió y sujetó con fuerza en torno a su cuerpo, atando cada extremo de sus vestimentas a los pinos doblados. Un solo golpe con el cuchillo de caza enviaría el cuerpo a lo alto.
Ruth había recibido la última voluntad de su esposo y no ofreció resistencia. ¡Pobre muchacha, había aprendido bien la lección de obediencia! Desde niña se había inclinado y había visto a todas las mujeres inclinarse ante los señores de la creación, y no parecía natural que una mujer se resistiera. Kid le permitió una sola expresión de dolor, mientras besaba a su esposo (su pueblo no tenía esa costumbre), luego la condujo al primer trineo y la ayudó a ponerse las raquetas de nieve. Ciega, instintivamente, tomó la vara y el látigo y azuzó a los perros hacia el camino. Entonces volvió junto a Mason, que había entrado en coma, y, mucho después de que ella se perdiera de vista, agazapado junto al fuego, esperando, deseando, rezando para que muriera su compañero.
No es agradable estar solo con pensamientos lúgubres en el silencio blanco. El sonido de la oscuridad es piadoso, amortajándole a uno como para protegerle, y exhalando mil consuelos intangibles: pero el brillante silencio blanco, claro y frío bajo cielos de acero, es despiadado.
Pasó una hora, dos horas, pero el hombre no moría. A media tarde el sol, sin elevar su cerco sobre el horizonte meridional, lanzó una insinuación de fuego a través de los cielos, y rápidamente la retiró. Malemute Kid se levantó y se arrastró al lado de su compañero. Lanzó una mirada a su alrededor. El silencio blanco pareció burlarse y un gran temor se apoderó de él. Sonó un disparo agudo: Mason voló a su sepulcro aéreo, y Malemute Kid obligó a los perros a latigazos a emprender una salvaje carrera mientras huía veloz sobre la nieve.

lunes, noviembre 14, 2011

LA FELICIDAD ETERNA Y ABSOLUTA ES POSIBLE



                   FELICIDAD                                                  

        LA SEÑORITA DE ARRIBA, UNA DE MIS SECRETARIAS,  ALONDRA PODRÍA SER MI FELICIDAD, SI MI ESPOSA NO SE ENTERA.
¿SerSer  feliz es posible..? ¿Para siempre o por  momentos? ¿Pese a cualquier contratiempo, o sólo sin ellos? ¿Es una utopía o un camino real?¿Hace falta tener los millones de Bill Gates, a Angelina Jolie de amante o a Brad Pitt, según sus tendencias sexuales?
Le daré las  respuestas. Primero es posible. Segundo, para siempre. Tercero, pese a todo. Cuarto es un camino real. Pero hay una condición imprescindible. Usted debe ser una ameba o algo inferior en la escala zoológica, por ejemplo Bush. Si no cumple esa condición, es imposible. Y aun cumpliendo esta premisa, deben darse condiciones básicas, como suficiente humedad, alimento abundante, y no ser devorado por ningún depredador de las amebas, o de Bush, como la opinión pública mundial, de personas razonables. Tampoco debe ser aniquilado por las infinitas situaciones en que puede desaparecer estos inteligentes bichitos –la ameba, no Bush -como bombas inteligentes –más que quienes las envían - pisotones de un elefante,  planes económicos del FMI, etc. De Bush no hablo, es conocido eso de que hierba mala nunca muere.
Usted  dirá: "Es un planteo pesimista". Es realista. La felicidad en las personas es posible, en algunos aspectos para siempre, y en otros de a ratitos. Si aceptamos las circunstancias de nuestra vida, como algo natural, incluidas enfermedades, dramas, soledades, capitalismo salvaje, traiciones, errores nuestros y de los demás, Bush,  y todo lo feo posible en el universo, y buscamos en cada dolor, lo positivo, es posible para siempre. Siempre y cuando usted viva muy poquitito, digamos un año. De lo contrario debe tratar de gozar al máximo  los placeres y bienes pequeños y abundantes, y los pocas veces grandes bienes posibles en  nuestro destino. Puede ser un gol de su equipo - no exija campeonatos, una taza de café, si es compartida con alguien querido, mejor; ver salir el sol, aceptando con serenidad y gracia la existencia de días con mal tiempo; haber tenido una madre y un padre - en esto todos podemos sentirnos satisfechos, pues es un bien y a veces un mal. No olvide que gracias a un momento de la felicidad de ellos, usted puede tener la posibilidad de tener sus propios momentos de dicha. Y hasta de dárselos a su pareja o a su grupo de placer sexual.
        Si adopta un lema de la filosofía de los yogas, "Para tener todo no hay que desear nada", tiene otra  posibilidad de gozar ventura eterna. Y aquí esto sería posible, aunque usted llegara a la  inmortalidad, pero no se haga ilusiones, que no va a llegar. Y no solo por Bush y el capitalismo salvaje.
        Se puede opinar sobre si la buena estrella es un camino real o una utopía. Y se puede decir cualquier pavada, se han dicho tantas, no veo  nada malo en agregar una más.... Ser feliz es una vocación. Como toda vocación, exige disciplina, voluntad y dedicación total. Va un ejemplito. A su equipo, digamos el Badajoz pierde 9 a 0. Con disciplina, no se pone a llorar ni a insultar a cuanto ser pudo tener influencia en esta trágica catástrofe. Luego con voluntad, comience a razonar el lado bueno del 9 a 0. Ahora echarán al DT. Con el nuevo técnico, quizás no le vuelvan a hacer una goleada similar. Los jugadores de su equipo, van a tener más experiencia. Y esto no los hará ser Maradona o Messi de la noche a la mañana, pero ya cuando les hagan otros nueve goles, por lo menos, tendrán erudición en el tema. Sabrán que se siente. Y la ventaja suprema... Usted tendrá la casi absoluta seguridad, de saber lo poco posible ya de sufrir algo peor. Y si sucediera, ya está su ánimo templado en la dura fragua de la adversidad. Tendrá de antemano, la convicción de poder soportar con dignidad y entereza eso. Y quizás, hasta goleadas peores. Incluso a Bush gobernando el planeta, sumado a Berlusconi.
        No intente discutirme si el fútbol es importante o no en su vida. Si es mujer, traslade el fútbol, al muy temerario e hiper peligroso deporte del amor. Es sólo algo para ejemplificar cómo se pueden aceptar los avatares del destino, en provecho propio, para ser abrazado por la frívola e inconstante y felicidad. Y si bien la acusación de frívola le cae de maravillas, a la felicidad, porque le otorga sus favores a cualquiera, sin pensar si lo merece o no, pero en compensación, no es promiscua, pues a muy pocos los convierte en sus amantes, aunque algunos la acusan de  prostituida  -por ir con quiénes tienen muchos euros, como la  Liz Taylor, esposa de  muy pocos, apenas unos diez, sin contar amantes ocasionales,  
        No sé, fui lo suficiente claro sobre las posibilidades de ser feliz y el mejor sistema para lograrlo. No se confunda, lo de ser fanático de equipos perdedores por absurdas goleadas, no es imprescindible para alcanzar el poder  mágico de la dicha y la sabiduría budista…
 Eso fue tan sólo un pequeño ejemplo... Y aquí puedo otorgarle una frase genial: “Es mejor ser joven, sano, lindo, alto, inteligente y  rico, que viejo, enfermo, feo, enano y  tonto y pobre".  Y como dijimos, ser ameba o Bush. Doy fe.
Un beso en Cilencio.




lunes, noviembre 07, 2011

BLANCANIEVES, MEJOR NO HBLAR DE ELLA.

Este es el único retrato de Blancanieves, conservado como siempre, en el museo secreto del Vaticano. Viendo esta acuarela, comprenderán el porque de los hechos de esta historia real.
Blancanieves es uno de los casos de falacias más horrendas que han leído mis oídos... si, leído mis oídos, porque la primera vez, me lo leyó mi mamá.
Es otro típico caso de censura de los grandes bloqueadores de historias verdaderas, a favor de los grandes grupos religiosos ultra ortodoxos, y ultra puritanos, que se desentienden y tapan los grandes escándalos en las cabezas coronadas cristianas. Disney ofreció hace 69 años -1937 -una versión tan falsa, como las promesas de Bush.
Por empezar, que no eran siete enanos, sino 7 gigantescos jugadores de básquet, de los muy morochos Harlen Globetrotters, que ya antes de esa fecha estaban de gira en Europa. Cenicienta, como todas las pobres princesitas huerfanitas, tuvo dos desgracias, ser demasiado bella, y demasiado ingenua. El planeta está muy poblado por esa conjunción fatal, donde doncellas son engañadas y arrastradas al pecado carnal. Y esa tontera del espejo mágico, es demasiado estúpida, infantil y absurda. Quien informaba y la aconsejaba a la Reina madrastra, era su asesor de imagen, un señor de apellido Espejo, mal tipo como pocos. Para colmo estaba súper excitado con Blancanieves, que jamás, ni siquiera le brindó una mirada, del asco que le tenía. Y tengo en mi poder documentos donde prueban que con la Reina tenía relaciones aberrantes. Y para colmo, Blancanieves llegó a conocer esos acoples, una vez que sin querer oyó quejidos tremendos de la Reina, en sus aposentos reales. La niña, creyendo en su dulce y bondadosa ingenuidad, que la estaban matando, entró en el lugar. No voy a entrar en detalles escabrosos, pero los 7 Globetrotters estaban ahí, y no jugando al básquet, pero sí embocando. Bien, entre la envida de la Reina, y los celos llenos de rencor de Espejo, la divina princesita, fue condenada a muerte. Se le pagó a un viejo colaborador de la CIA, muy conocido, sus iniciales en E. H., ya desaparecido, para que haga fenecer a la dulce doncella. Y para eso la llevó a la parte más oscura del bosque. Pero cuando estaba a punto de cumplir con su siniestra misión, los Globetrotters, que los habían seguido con el mayor Sigilo –era un mayor de apellido Sigilo, muy amigo de los jugadores, también demasiado enamorado de Blancanieves, que era jefe de la seguridad en el palacio, sorprendieron al maldito E.H., justo cuando con su pistola 9 mm., estaba por gatillar en la dulce nuca, blanca como la nieve pura. Ahí corrió sangre, la de E.H., y la del mayor Sigilo, porque los embocadotes se lo quisieron sacar de encima. Para ellos era un maldito blanquito, que se creía superior, por su estúpida palidez cutánea. Y no tenían ganas de compartir la exquisitez que pensaban degustar. Volvió a correr algo de sangre, pero poco, no pregunten de quien, y fueron felices y comieron perdices, en un hotel de la cadena Hilton, donde estuvieron mucho tiempo. Y eso fue el error de los gigantes embocadores. En el hotel se hospedó un príncipe, muy atractivo desde el punto de vista femenino, y la dulce princesita, que como todas las tiernas adolescentes princesitas, no se conforman con nada y son más caprichosas que el destino, se prendó del aspirante al trono de su país –el de él-. Este dato, el de la identidad del hombre, es secreto, porque no quiero entrar en conflictos legales con sus descendientes. El asunto fue que les fue infiel a los gigantones morochos, y se escapó a la Riviera, con este seductor príncipe.
De ahí que los Globetrotters siguen siempre de gira, porque aún están buscando encontrar a Blancanieves, y al príncipe. Y no es que sean estúpidos, pero todos saben que cuando estamos muy “acalorados” en lo sexual, el cerebro lógico no funciona. Y más, los de ahora, son los nietos de los otros basquebolistas, que siguen enamorados de ella, por los relatos y las fotos que les mostraban sus ancestros. A nadie se le ocurre en ese estado de ilucidez, pensar que ya la Princesita Blancanieves, si aún existiera, debería tenar más de 90 años... Pero el amor y la excitación combinados, son explosivos... Eso todos lo hemos sufrido. Bien, espero que esto no lo divulguen, porque son datos muy secretos que yo, por caballerosidad no debería haber contado... Pero es que estoy en contra de las familias coronadas...
De la madrastra, la Reina, que también era muy sexy, se sabe que la depresión de perder a los Globetrotters, la hundió en un abatimiento, que la llevó a la locura. Terminó, en su sed de venganza, teniendo relaciones sólo con jockeys, debido a la fama que tienen los petisos, de... bueno, mejor no explico... sigamos... no encontrando en ellos, lo que había encontrado en los 7 gigantes, el exotismo de las pieles oscuras, y la sensación de masculinidad que dan hombres de más de 2 metros, y atléticos, malabaristas en muchas artes, incluidas la amatorias.
Y colorín colorado, este cuento real, se ha acabado. Y todos comieron perdices, pero a mí no me dieron, porque no quisieron. 
Un beso en Cilencio.

miércoles, noviembre 02, 2011

EL AMOR, SU DESCRIPCIÓN...

EL AMOR

De esta secretaria mía, me enamoré.

Quisiera hablar del mal llamado amor…. es sobre el  erotismo, la pareja, el sexo y todo eso. Pero no estoy seguro que decir. En realidad, el tema me gusta, pero no tengo ni idea de cómo concretarlo, ni llegar a buen fin. Voy a improvisar, o sea hacer algo sin tener un plan. Sólo tengo una vaga idea de como comenzar y de como debería seguirse. Así como la enorme mayoría encara el amor.... Una improvisación. Una chica ve a un chico y piensa: -¡Como me  gusta ese potro..! Yo lo seduzco  -y se arregla el pelo, mira en el espejito su maquillaje, se tira para abajo un poco la mini, y el escote, planea la mirada con la cual lo va a seducir, ni bien su supuesta víctima  la mire. El potro la mira. Y la mirada serena, segura de si misma planeada por ella, sin querer se  convierte en una sonrisa de oreja a oreja, denunciando su entusiasmo desorbitado por el potro. En tanto, el potro piensa: -¡Cómo me miró esa flaca..! Está loca conmigo y debe ser fácil. La voy a conquistar.... Esta noche me la llevo a la cama y después la dejo. Y se arroja  sobre ella.  La damisela lo acepta y  piensa: -Si cayó tan fácil, es porque se enamoró de mí... mi nuevo perfume  es infalible... valió la pena gastar tanto... A este si quiero, lo llevo al casamiento.
Esa  noche él potro no la lleva a la cama. Porque no se animó del todo a insinuarlo, ya que no la vio tan fácil. Se quedan en una mínimas caricias, algún besito. Ella pensó:
-Una no va a ser tan tonta de aflojarle demasiado rápido, en el primer encuentro.  El segundo o el tercero, ya sería otra cosa.... Si los chicos te creen  fácil, después te dejan.
Quiere llevarlo  a la categoría de novio.
-Esta chica está buena y no la quise apurar de entrada -le comentó a un amigo. Nótese como ella pasa de “Esa flaca” cuando no la conocía,  a “esta chica” después, porque ya le empezó a gustar. Esto, comenzó como improvisación: una chica y un potro que se miraron y se gustaron  y puede terminar en cualquier cosa. En un romance de poco días; en uno de meses; en ir a vivir juntos “porque nos amamos pero no queremos presionarnos”;  en un casamiento eterno o con divorcio, sin contar con todas las variantes de dramas, asesinatos y cualquiera de las salidas tan usadas en los argumentos del cine.
En cualquiera de los casos, jamás será tal cual habían pensado en como más o menos podía seguir o terminar. Este es uno de los aspectos del amor, esa, por lo general,   gigantesca y muchas veces grotesca improvisación.
También está el amor “ajedrez”. Es una partida donde cada contrincante es experimentado –léase divorciados, separados, maduros -y planea con enorme cuidado cada paso, desde el principio, tratando de adivinar los del otro y sorprenderlo y acorralarlo, para darle jaque mate. Por supuesto, tampoco resulta como ellos planean. El ajedrez será muy “juego ciencia”, pero es un juego de competición, donde uno gana y el otro pierde.  A veces hay empate, pero no es lo planeado por los contendientes. Por lo general, si ella gana, se comienza a jugar en un Registro Civil y el partido dura mucho, hasta que la muerte o el divorcio lo termine. Si él gana, casi siempre se juega en hoteles, y es de corta duración. Cuando es  tablas, finaliza muchos años después,  casi siempre previo nacimiento de hijos y hasta nietos. -Uno no ganó, pero hizo concesiones muy importantes, mucho más que el otro -es lo pensado por ambos contrincantes. -Pero valió la pena, porque nos amamos -declaran.
Hablo del amor como de un juego. Y lo es. Como son juegos las muñecas, la pelota y la ruleta rusa. El amor es un juego, con reglas mutantes, misteriosas, secretas y muchas parecen o son absurdas, como suele parecer y ser  todo en la vida. 
Cuando  nos enamoramos, debería  haber carteles para prevenirnos, más o menos así: “La vida no se hace responsable de las víctimas del juego del amor, habiendo otros juegos menos peligrosos, como el box, los toros, la lucha libre, el aladeltismo,  el paracaidismo en caída libre o el automovilismo de la fórmula uno”.
El amor tiene algo de estos deportes. Hay golpes como en el box; sangre y muerte como en los toros; tremendas agarradas, inclusive entre más de dos, como en la lucha libre -aquí entran suegros, cuñados, hijos y también amantes-. Está el riesgo de no saber donde aterrizar, dependiendo del viento, eso tan cambiante, como en el aladeltismo; la terrible incertidumbre de si nos responderá el paracaídas en la caída libre; y como en el automovilismo, uno puede quedar hecho chatarra.
Demasiado se habló sobre el amor. Pero mucho más fue actuado. La prueba son los 7.000 millones de personas que habitamos la Tierra, sin contar las que existieron y las que  vendrán. Y todas son el resultado de un momento de amor. Incluidos el amor al amor, el amor a la lujuria, el amor al dinero o el amor a si mismo. Muchísimos deberían pensar mucho antes de “hacer el amor”. En esta categoría entran  quienes no aman a los sistemas anticonceptivos, pero aman jugar a la ruleta rusa del amor. Esos dicen: -Total por una vez que lo hagamos, no vamos a tener tanta mala suerte de un embarazo -.
El tema del amor da para mucho. Pocos saben hacerlo bien. De lo contrario no habría 50% de divorcios que existe en el mundo occidental. 
Para finalizar, si quiere amar a alguien, ámelo… luego aténgase a las consecuencias.... puede ser casi eterno, con hijos y nietos… 0 peleas, divorcios, crímenes pasionales, suicidios... porque mucho peor es no haber amado, que es igual a ser virgen emocional, y perderse el estado de embeleso, borrachera, sentimiento de tocar el cielo con las manos, por creer que esa persona, es lo más maravilloso que hay en el planeta… ¿O no...?
Un beso en Cilencio.

 
Juiceman II